lunes, 1 de octubre de 2012

Morir a los cuarenta




¿Qué hago dentro de este maldito coche? Y lo que es peor, ¿qué hago dentro de este puto maletero? La carretera está llena de baches, parece un camino de cabras.  A dónde me llevan. Un momento, escucho sus voces… Dios…estoy perdido… no entiendo nada de lo que dicen… tienen que ser rusos o ucranianos, unos asesinos a sueldo… no me equivoqué. Me congratularía el buen ojo que tengo si no fuera por lo dramática de la situación. Y precisamente hoy.

-        -  ¡¡¡Eeeeeh, vosotros, tiene que haber un error!!! ¡¡¡Soy pobre, os lo juro!!!

Parecen risas. Les hace gracia. Es la confirmación… o no. Igual no es un error. A lo mejor creen que mi mujer es rica. Ella y su manía con la ropa. No podía comprarse la ropa en Zara como todo el mundo. O quizá sea a través del Facebook. He oído que ahora utilizan las redes sociales para detectar a sus víctimas. Por lo visto es más rápido y eficaz. Pero  yo, ¿qué he colgado que pueda dar lugar a que piensen que...? Lo del BMV era una broma… No. Me voy  a volver loco. Dios mío. Mi mujer y mis hijos.

Otra vez están hablando… esta vez parece que entiendo algo.

-Sí… ya… faltar poco… protesta…da golpes,…jajaja…¿estar todo listo?

“¿Estar todo listo?” Me van a torturar. No lo soportaré. Mi mujer lo sabe bien, no me perdonaría que me dejara torturar. Tengo que encontrar una salida, reconstruir todo hasta encontrar una salida.

Sofía me metió unas canciones en el móvil. Quería que las escuchara justo cuando me subiera al autobús. Me puse los cascos  y  oí  a Leonard Cohen cantando Waiting For The Miracle. Luego me dediqué a lo mismo de todas las mañanas, a leer a los seres humanos que pululan a esa hora en el autobús. Esa maraña de lianas tristes. La chica con las botas de piel con tacón, el funcionario ojeroso, la mujer con el uniforme de “El Corte Inglés”, los tres trabajadores de la construcción con sus neveritas azules,.. Lo mismo de siempre, excepto esos dos tipos con traje. Siniestros. Uno moreno y otro rubio. No intercambian palabra entre ellos, a pesar de haber entrado juntos. No creo que sean de la mafia rusa. No irían en autobús; la crisis no habrá llegado tan hondo. Entonces, ¿a dónde van tan temprano, tan arregladitos? Uno parece que me ha mirado. Me ha dado un poco de miedo. Quizá esté imaginando demasiado.

Suena la siguiente canción: Shitlist  de L7. Sonrío, paso a la siguiente y luego algunas más para confirmarlo. You Belong To Me de  Bob Dylan. Es la banda sonora de “Asesinos Natos”. Menudo regalo de cumpleaños. Cierro los ojos para concentrarme en la música y me olvido de los “rusos”. Cuando los abro el autobús está casi vacío. El chico que siempre se sienta al final apurando el repaso a algún examen, los dos tipos extraños en la misma posición en que los dejé y yo. La mañana es típicamente otoñal. Una niebla densa apenas permite ver más allá de las luces de las farolas. La verdad es que la música, el recuerdo de la película y estos dos ahí, hieráticos y expectantes. Mejor los ignoro. Penúltima parada. Se baja el chico. Miro a través del vaho de la ventana cómo se pierde entre la niebla. El edificio de la Universidad se dibuja entre las luces fantasmales que la iluminan desde su interior. Me entran ganas de salir corriendo detrás de él, me estaba preocupando aquella situación con banda sonora incluida, pero me convenció la idea de tener que caminar el último trecho en medio de esa niebla antes de llegar al centro de trabajo. Ahora los estuve observando más detenidamente. Vestían como si acabaran de salir de una película de cine negro, una película mala. Ellos también me miraron. Esta vez no apartaron la vista. ¡Uf!, es como si pudiera volver a ver su mirada aquí, en la oscuridad. El sonido del autobús en la última parada. Desierta. En ese momento me acuerdo de la conversación con Sofía:

-         - Coge el puesto, cariño, no es sólo por el dinero…cuánto más alto estés, más alto podrás llega.
-         - Es que levantarse una hora antes que todo el mundo… ¿Cuál es la gracia de ser jefe si tienes que llegar el primero? – me quejé.
-         -  No protestes, cariño, total, a esa hora estás ya dando vueltas en la cama.

Ahora sé que lo hicieron aposta. Esperaron a que saliera. Luego me siguieron. ¿Qué se hace en esta situación: corres, gritas, te agachas a por una piedra,..? Tragar saliva, eso es básicamente lo que recuerdo haber hecho. En un momento los tuve encima. Uno de ellos me agarró por el brazo. Miré hacia el autobús por si todavía podía verme el conductor, pero era inútil por la distancia y por lo cerrada que seguía siendo la niebla.

-          -No tremas. No hacerte danyo. Traer móvil.
-          -¿El móvil? – repetí muerto de miedo.

Les entregué el móvil y la cartera y estaba a punto de quitarme el reloj cuando ellos me levantaron en volandas y me llevaron a un aparcamiento cercano. Antes de que me diera cuenta estaba aquí dentro.
-
          - ¡¡¡Por favor!!! ¡¡¡Tengo niños!!!

Recuerdo sus caras. Recuerdo a Sofía despidiéndome esta mañana.
Recuerdo a Manuel, el gerente, ayer, diciéndome:

-        -  Cuarenta añitos, jeje, y encima dejas la fecha puesta en el Facebook. Pasado mañana ya la borras que a partir de esa edad ya es indecente anunciarlo.

Todos rieron con ganas. Siempre tan bromistas. Los imaginé ahora, cuando vieran mi cuerpo torturado en la prensa. Morir a los cuarenta es mucho peor que cumplirlos. Ahora lo sé.

El coche de pronto entró otra vez por una carretera asfaltada. Calculé que habría pasado media hora. Mis compañeros ya estarían en la puerta, extrañados de mi ausencia. ¿Preocupados? Sí. Nunca llego tarde.

Tengo que hacer algo. Debajo está la rueda de repuesto. Quizás ahí. A ver,… sí, por este lateral puedo meter la mano… eso es, la llave… está sujeta sólo por una pestaña. No voy a rendirme así como así, a alguno me llevo por delante. Igual con la sorpresa puedo salir corriendo. El coche se detiene. Escucho como salen ambos. Otros pasos. Más gente. Esto no puede ser, han tenido que confundirme con alguien más importante o igual quieren pedir un rescate a la empresa. ¿Risas? Malditos cerdos. Voy a sujetar  la llave todo lo que pueda; que no se me caiga o no tendré ninguna oportunidad. Se acercan. Me pongo en cuclillas, con el brazo extendido y preparado. Abren el portón. Una gran luz me ciega. Salto al exterior y golpeo con fuerza al sujeto que tengo enfrente. Le cruzo la cara y cae hacia atrás. Echo a correr, no escucho a nadie salir detrás de mí. Estarán apuntándome y a punto de disparar. Hago movimientos en zig-zag. De pronto mis ojos comienzan a hacerse a aquella luz. Me encuentro ante una puerta… una puerta familiar… la de mi empresa… Me vuelvo y veo a mis compañeros todos callados mirándome asustados. El gerente está en el suelo con la cara ensangrentada. Los “rusos” lo atienden. Ramón sostiene  una tarta con dos velas encendidas. Entre otros dos sostienen una pancarta: “Feliz Cumpleaños, jefe”.