El hombre se fue alejando
andando con dificultad por las capas de nieve de la acera. Arnost lo estuvo siguiendo durante un instante, luego desvió
la mirada y se detuvo a contemplar el parsimonioso vuelo de una pareja
de cuervos que finalmente se posaron sobre la barandilla que delimitaba el río
Eger a lo largo de la calle. A medida que la tarde avanzaba, la hilera de casas
iban uniformándose en un contorno de siluetas difusas, perdiendo su colorida identidad.
El bullicio del comercio y los preparativos para el fin de año provocaban un
contraste inesperado.
Introdujo la mano enguantada en el bolsillo del
abrigo y sacó una petaca. Se la llevó a la boca y comenzó a beber. Sintió el
calor que le producía el licor a través
de la garganta. Maldito Becherovka. Su mujer había ido eliminado
todas las bebidas alcohólicas de casa, sólo había dejado aquella botella de
licor que servía a los invitados como aperitivo. A él le repugnaba ese sabor
dulzón a hierbas, pero era lo único que encontró antes de salir.
Recordó la cara sonrojada de Anna diciéndole con firmeza que la relación había llegado a su fin, que
necesitaba vivir de otra manera. Volvió a beber.
El país entero llenaba su
almacén con cohetes esperando la disolución de aquel largo parentesco con
Eslovaquia. Por fin dejarían atrás ese lastre, torpe y pesado, y surgiría la
verdadera naturaleza de la nación checa, convertida en una potencia en el
entorno más estratégico de Europa. Nadie parecía sentir reparo alguno, incluso
los eslovacos se mostraban felices. Pobres
ignorantes, pensó Arnost. Una separación dulce y pacífica.
No tiene por qué ser traumática, le dijo su mujer. En su voz, en los argumentos que
exponía, en la forma paternalista en que abordaba el asunto, en cada detalle
encontraba él un motivo para la desesperanza. Seguramente se había convertido
en una carga para ella. Era imposible seguir su ritmo, tantas inquietudes, esa
necesidad de rodearse de gente, de debatir, de crecer… Él había permanecido
impasible a su lado, como un adorno navideño que cada cierto tiempo ocupa un
papel importante en la decoración de la casa. El resto del tiempo quedaba relegado
a la sombra, bebiendo para hacer sostenible las veladas con charlas
interminables, aguantando excusas para evitar mantener relaciones sexuales, el
desprecio en su mirada...
Echó un vistazo hacia el
lugar por el que se había alejado su contacto, aquel hombre de aspecto
bonachón, rechoncho, con la nariz veteada de pequeñas venillas azules y un hígado
probablemente en peor estado que el suyo. Otro
perdedor, imaginó.
Cuando le entregó el
dinero ni siquiera abrió el sobre. Se limitó a hacer un gesto de asentimiento
con la boca. Luego recogió la llave de la casa de Arnost y Anna y se la
introdujo con cuidado en el bolsillo superior del abrigo. Mientras observaba, comenzó a sentir un
temblor familiar. Se llevó la mano a la petaca
pero se contuvo. Estuvo a punto de pedirle que lo olvidara, que se
llevara el dinero, pero que no lo hiciera. Luego apretó el puño para darse
fuerzas. Se lo merecía. ¿Qué iba a ser de él? Ella se quedaría con todo, la
riqueza, la fama, la aceptación. Él tendría que iniciar un largo e incierto
camino. No se sentía con fuerzas para ello.
Miró el reloj. Se
acercaba la hora. Comenzó a caminar por la Vlahos Vaggelis, hacia las tiendas
que punteaban todos los bajos de aquellos pintorescos edificios de diversos colores
. Se detuvo en la que encontró a más personas, una pequeña tienda familiar de
cristales de Bohemia. Nadie parecía percibir su presencia, todos estaban
absortos buscando regalos de última hora. Necesitaba llamar la atención. Buscó
la pieza más barata que pudo, una copa tallada que por el precio debería tener
algún tipo de imperfección. La cogió entre los dedos, la elevó hasta su cabeza
y la soltó. De pronto, todas las miradas
se giraron hacia él, que aparentemente descompuesto, se deshizo en
lamentaciones y disculpas apresurándose a sacar la cartera y a pagar por ella y
por otra igual, un pequeño regalo para mi
mujer, quiso aclarar en voz alta.
Salió a la calle con el regalo
envuelto en una caja sin lazo. Durante el trayecto a casa se cruzó con muchas
personas que portaban cartuchos de cohetes para los fuegos artificiales. ¿Cuánto
hará falta?, le había preguntado al vulgar asesino. Con esto será suficiente, le respondió
enseñándole el paquete de cohetes. Arnost lo miró de arriba abajo. No tenía
pinta de pirotécnico, y menos de despachurrador de checos, aunque imaginó que
podría ser un esolovaco con conciencia, un incipiente germen de terrorista o
bien alguien que, perspicaz, ante la debacle previsible de su economía, había decidido ganar unos extras como asesino
por encargo. Igual que él, de alguna manera, habría anticipado lo que
significaría de verdad aquel separación. Es
más de un kilo, lo tendrá tan cerca que… no creo que falle… no fallará, corrigió poco
convincentemente.
En todas las separaciones
hay alguien que lo vive como una liberación y otro que sabe que se llevará la
peor parte, la de sujeto pasivo, la del que no ha hecho previsiones para el
futuro inmediato y se queda sin ilusión intentando entender lo que acaba de
suceder.
De vez en cuando se oían
las explosiones de petardos lanzados por críos que disfrutaban de las últimas
horas de aquel 31 de diciembre de 1992. En
poco tiempo se habría consumado aquel divorcio
de terciopelo. Ella estaría
festejándolo por partida doble, haciendo llamadas, compartiendo las
expectativas de una nueva vida libre de las rémoras del pasado. Seguramente
acicalándose para la larga noche, pensaba Arnost, sumido en una espiral
abismal de autocompasión y odio, mi nuevo
amigo, esa mierda de eslovaco relleno, te ayudará con la celebración,
rechinó con rencor.
Se detuvo junto al banco
enfrente de su casa, esperando que los fuegos artificiales vociferaran con
estruendo la buena nueva.
Jojojojo, madre mía, perdona que me ría pero es que... pensaba que al final casi todas las separaciones son iguales por muchas diferencias que tengan y que me alegro de que mi ex no haya pensado matarme. O al menos no a día de hoy :D
ResponderEliminarMuy bueno el relato, me ha gustado mucho :)
Besos!