miércoles, 14 de diciembre de 2011

Divorcio de terciopelo


karlovy-vary

El hombre se fue alejando andando con dificultad por las capas de nieve de la acera. Arnost lo estuvo siguiendo durante un instante, luego desvió la mirada y se detuvo a contemplar el parsimonioso vuelo de una pareja de cuervos que finalmente se posaron sobre la barandilla que delimitaba el río Eger a lo largo de la calle. A medida que la tarde avanzaba, la hilera de casas iban uniformándose en un contorno de siluetas difusas, perdiendo su colorida identidad. El bullicio del comercio y los preparativos para el fin de año provocaban un contraste inesperado.

Introdujo la mano enguantada en el bolsillo del abrigo y sacó una petaca. Se la llevó a la boca y comenzó a beber. Sintió el calor que le producía el  licor a través de la garganta. Maldito Becherovka.  Su mujer había ido eliminado todas las bebidas alcohólicas de casa, sólo había dejado aquella botella de licor que servía a los invitados como aperitivo. A él le repugnaba ese sabor dulzón a hierbas, pero era lo único que encontró antes de salir.

Recordó la cara sonrojada de Anna diciéndole con firmeza que la relación había llegado a su fin, que necesitaba vivir de otra manera. Volvió a beber.

El país entero llenaba su almacén con cohetes esperando la disolución de aquel largo parentesco con Eslovaquia. Por fin dejarían atrás ese lastre, torpe y pesado, y surgiría la verdadera naturaleza de la nación checa, convertida en una potencia en el entorno más estratégico de Europa. Nadie parecía sentir reparo alguno, incluso los eslovacos se mostraban felices. Pobres ignorantes, pensó Arnost. Una separación dulce y pacífica.

No tiene por qué ser traumática, le dijo su mujer. En su voz, en los argumentos que exponía, en la forma paternalista en que abordaba el asunto, en cada detalle encontraba él un motivo para la desesperanza. Seguramente se había convertido en una carga para ella. Era imposible seguir su ritmo, tantas inquietudes, esa necesidad de rodearse de gente, de debatir, de crecer… Él había permanecido impasible a su lado, como un adorno navideño que cada cierto tiempo ocupa un papel importante en la decoración de la casa. El resto del tiempo quedaba relegado a la sombra, bebiendo para hacer sostenible las veladas con charlas interminables, aguantando excusas para evitar mantener relaciones sexuales, el desprecio en su mirada...
  
Echó un vistazo hacia el lugar por el que se había alejado su contacto, aquel hombre de aspecto bonachón, rechoncho, con la nariz veteada de pequeñas venillas azules y un hígado probablemente en peor estado que el suyo. Otro perdedor, imaginó.

Cuando le entregó el dinero ni siquiera abrió el sobre. Se limitó a hacer un gesto de asentimiento con la boca. Luego recogió la llave de la casa de Arnost y Anna y se la introdujo con cuidado en el bolsillo superior del abrigo.  Mientras observaba, comenzó a sentir un temblor familiar. Se llevó la mano a la petaca  pero se contuvo. Estuvo a punto de pedirle que lo olvidara, que se llevara el dinero, pero que no lo hiciera. Luego apretó el puño para darse fuerzas. Se lo merecía. ¿Qué iba a ser de él? Ella se quedaría con todo, la riqueza, la fama, la aceptación. Él tendría que iniciar un largo e incierto camino. No se sentía con fuerzas para ello.


Miró el reloj. Se acercaba la hora. Comenzó a caminar por la Vlahos Vaggelis, hacia las tiendas que punteaban todos los bajos de aquellos pintorescos edificios de diversos colores . Se detuvo en la que encontró a más personas, una pequeña tienda familiar de cristales de Bohemia. Nadie parecía percibir su presencia, todos estaban absortos buscando regalos de última hora. Necesitaba llamar la atención. Buscó la pieza más barata que pudo, una copa tallada que por el precio debería tener algún tipo de imperfección. La cogió entre los dedos, la elevó hasta su cabeza y la soltó.  De pronto, todas las miradas se giraron hacia él, que aparentemente descompuesto, se deshizo en lamentaciones y disculpas apresurándose a sacar la cartera y a pagar por ella y por otra igual, un pequeño regalo para mi mujer, quiso aclarar en voz alta.

Salió a la calle con el regalo envuelto en una caja sin lazo. Durante el trayecto a casa se cruzó con muchas personas que portaban cartuchos de cohetes para los fuegos artificiales. ¿Cuánto  hará falta?, le había preguntado al vulgar asesino. Con esto será suficiente, le respondió enseñándole el paquete de cohetes. Arnost lo miró de arriba abajo. No tenía pinta de pirotécnico, y menos de despachurrador de checos, aunque imaginó que podría ser un esolovaco con conciencia, un incipiente germen de terrorista o bien alguien que, perspicaz, ante la debacle previsible de su economía,  había decidido ganar unos extras como asesino por encargo. Igual que él, de alguna manera, habría anticipado lo que significaría de verdad aquel separación. Es más de un kilo, lo tendrá tan cerca que… no creo que falleno fallará, corrigió poco convincentemente.
  
En todas las separaciones hay alguien que lo vive como una liberación y otro que sabe que se llevará la peor parte, la de sujeto pasivo, la del que no ha hecho previsiones para el futuro inmediato y se queda sin ilusión intentando entender lo que acaba de suceder.

De vez en cuando se oían las explosiones de petardos lanzados por críos que disfrutaban de las últimas horas de aquel 31 de diciembre  de 1992. En poco tiempo se habría consumado aquel divorcio de terciopelo. Ella estaría festejándolo por partida doble, haciendo llamadas, compartiendo las expectativas de una nueva vida libre de las rémoras del pasado. Seguramente acicalándose para la larga noche, pensaba Arnost, sumido en una espiral abismal de autocompasión y odio, mi nuevo amigo, esa mierda de eslovaco relleno, te ayudará con la celebración, rechinó con rencor.

Se detuvo junto al banco enfrente de su casa, esperando que los fuegos artificiales vociferaran con estruendo la buena nueva.


1 comentario:

  1. Jojojojo, madre mía, perdona que me ría pero es que... pensaba que al final casi todas las separaciones son iguales por muchas diferencias que tengan y que me alegro de que mi ex no haya pensado matarme. O al menos no a día de hoy :D
    Muy bueno el relato, me ha gustado mucho :)
    Besos!

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