martes, 28 de febrero de 2012

4.¿Y si mi madre tenía razón?





Los dos pilares de mi infancia no fueron mi padre y mi madre, sino mi madre y Spiderman. Una tía de la familia venía periódicamente a casa con tebeos de este super-héroe. Se los quitaba a su hijo porque decía que lo estaban "atontando". Mi madre podría haber entendido que prefería atontarme a mí en lugar de a su hijo, pero no pareció importarle que eso sucediera.

Mientras ellas hablaban yo devoraba los nuevos episodios. Más que su lucha contra el mal, lo que me interesaba era la relación humana de Peter Parker. Odiaba al Duende Verde por haberse cargado a la primera novia del hombre araña, Gwen Stacy, la hija del policía que conocía en secreto la identidad de mi héroe. En medio de ese dolor conoció a la periodista Mary Jane. La verdad, Guendolina me gustaba más que MariJuana, pero por aquel entonces no me distanciaba lo suficiente del texto como para caer en observaciones tontas como ésta. 

Aquellos tebeos, junto a la ya citada persistencia de mi madre por alejarme del mal, consiguieron que me fuera metiendo en un mundo imaginario frente al cual el real no podía hacerle sombra. 

Más de veinte años después, cansado de las insatisfacciones de la vida, de la mezquindad con que quién sea reparte la felicidad, decidí hacer un viaje final. En lugar de al corazón de las tinieblas, elegí el que me recomendó mi agente de viajes:

- Si buscas tienes que ir al único sitio en el que podrás encontrar.

No sé si es una frase preparada para todos los que tienen dudas sobre dónde ir y la cartera dispuesta a dejarse aconsejar, pero a mí me funcionó. Fue justo lo que necesitaba oír.

Rumbo al país del dolor de cabeza, como lo llaman los chinos, el pequeño grupo de españoles apenas intercambiamos una palabra entre nosotros. Yo me senté junto al guía, que pareció dispuesto a reservar toda la energía para la llegada y se durmió en cuanto la azafata hizo el último gesto señalando  cómo poner el respaldo en la posición deseada. En el balanceo abrupto del avión entre las nubes, reclamaba la atención la voz compungida de una chica que no paraba de preguntar. No alcancé a oír lo que decía pero su tono sonaba verdaderamente triste.

Llegué  a Katmandú completamente destrozado. Hice unas compras necesarias, descansé y me dispuse a continuar. La mayoría de los pasajeros se quedaron allí, sólo unos pocos seguimos hacia Lhasa, desde donde  nos preparamos para el objetivo del viaje. Sólo una pareja más nos acompañó, las otras tres personas se quedaron en Lhasa, en un mercado polvoriento, comprando medicamentos para curarse lo que se supone que no puede curarse en ningún otro lugar del mundo. Pensé que quizá a ellos les duraría más la ilusión que a mí, pero hasta entonces necesitaba imaginar que estaba en las puertas de la respuesta final. El abotargamiento del viaje llega a hacerte dudar.

Por la tarde ya le había contado prácticamente todo a aquel señor de la túnica naranja. Tenía la sensación de que mi guía, que había permanecido allí todo el tiempo también, estaba  preparado para darme consuelo y confesarme que aquello era todo un engañabobos. Lo leía en su rostro.

- ¿Y ahora qué? Este hombre me dirá algo, ¿no?- le pregunté.

Cuando estaba a punto de confesar, oí la misma voz plañidera del avión. Me giré y vi a una chica envuelta en un abrigo de piel tibetana, de esos que vendían en el mercado. Igual que yo, estaba delante de un señor hincado de rodillas, como una estatua de buda haciendo yoga. Y de la misma forma que el mío, el señor parecía inmune al dolor que presenciaba.






Cap. 4: ¿Y si mi madre, después de todo, tenía razón?








- ¿Puedo ayudarte en algo?

Ella se giró sorprendida. Se levantó con cierta dificultad.

-¿Tú venías en el avión? - me preguntó.

- Sí.. 

- Yo venía con mi novio...- empezó a llorar de nuevo.

- ¿Le ha ocurrido algo?

- Bésame - me dijo, de improviso.

Acercó su rostro al mío hasta casi quedar sepultados ambos en los gorros anti-congelación.

Una extraña. Una extraña en el Tíbet, en lugar de en una discoteca.

La besé en la mejilla, algo pegajosa por las lágrimas derramadas. En lugar de alejarse, me abrazó.

- ¿Te ocurre algo? - vaya pregunta. Noté la falta de práctica. Ella se echó hacia atrás.

- Mi novio ha decidido hacerse budista. Y no podía haberse quedado en Madrid, no. Él tenía que hacerse budista aquí, en el quinto... en el sitio más alejado del mundo.. pero... ¿tú has visto cómo viven aquí?

La verdad es que no me había fijado demasiado. Heredé de mi padre esa habilidad para vivir dentro de mí mismo. Ella continuó. No parecía necesitar que yo interviniera. De hecho, pensé, comparándolo con estos témpanos religiosos anaranjados,  al menos en mí encuentra calor humano.

- Un día se hace vegetariano... que si el pan de espelta con pipas de calabaza... que si el tofu... que si maltratamos a los animales... que si somos superficiales... ¿Me entiendes? De pronto había dejado de ser yo, Sofía.  Ahora era la máxima representación de la depravación y el materialismo decadente de occidente. ¡Ah - dijo cogiendo impulso- y no creas nada de eso del sexo tántrico! ¡Una... una... horrible... una leche de sexo!. Yo se lo decía: 'Si no tomas proteínas de las buenas luego no pretendas que esto te funcione'... snif.

Se sonó con un pañuelo y lo guardó en el bolsillo del abrigo, que imaginé abarrotado.

- ¡Mírame! - se desató los botones del abrigo y abrió cada hoja como si fuera una exhibicionista. ¿Me había dicho mi madre algo sobre las exhibicionistas? - ¿Te parece justo dejarme por venirse a orar a una montaña?

La chica estaba realmente impresionante. Aunque dudaba de que ella buscara una respuesta en realidad, hice un gesto de desaprobación lo más ostensible que mis vestimentas me permitieron.

- ¿Qué hacemos aquí?

A estas alturas estaba ya bastante confundido, no sabía si se refería a nosotros o al ser humano, en general.

- Buscar - le dije.

- ¿Buscar? - se quedó callada un momento, hasta el punto de percatar en quien tenía realmente delante. - Sí. Es verdad. Él quiso que lo acompañara.. ¿te imaginas? Es como si tu pareja te dice que lo acompañes a la casa de su amante... Seguramente yo también busco algo... Entender por qué... Igual si hablaba con un monje - se giró hacia el que permanecía detrás de ella- podría comprender lo que le pasa por la cabeza... el motivo para abandonarlo todo... ¿qué tiene que pasarte para abandonarlo todo? Yo era feliz y creí que él también. Pero nunca sabes lo que pasa por la cabeza de alguien que habla tan poco.

Mi padre hablaba poco. Yo también  hablo poco. Incluso así me cuesta encontrar las respuestas en mi interior.

- Pensarás que estoy loca...

- No, noooo, qué va..- me apresuré a decir - en realidad, me parece que eres la primera persona cuerda que me habla en los últimos tres días.

- ¿De veras? Lo estoy pasando muy mal. Me aferro a algo ya perdido. Quería luchar hasta el final, pero... Siento que ya no me quiere. Ahora es como si me apreciara, como se aprecia a un hermano.. a un hermano adoptado, tampoco hay que exagerar. Es terrible.. pero, aquí me tienes... como una tonta... manteniendo la ilusión hasta el último momento.

- ¿Y él? - le pregunté.

- Él está... disfrazándose... dice que ya no volverá a vestir sus ropas decadentes... que ha encontrado su sitio. ¿Crees que soy muy egoísta?

- ¿De verdad te preocupa lo que yo pueda pensar de ti?

Por primera vez ella me miró para verme. La vi preguntándoselo a sí  misma. Quién era, al fin y al cabo aquel extraño. Me preguntó mi nombre y luego qué hacía allí.

- La verdad es que no lo sé muy bien... desde hace unos años me he empeñado en  buscar algo que me permitiera sentirme feliz. Un día fui a una agencia de viajes. Quería alejarme de mi malestar, aunque fuera en un vuelo Low-Cost. Creí que me iba a sugerir que me fuera a Tailandia, a recibir masajes, pero... me indicó otra dirección... y aquí me tienes.

- La felicidad... -repitió ella con tono apesadumbrado- yo la tenía... Es inútil que la busques, créeme,  cuando la encuentres vendrá un grupo de calvos cantando el hare-krishna y se la llevará. 

Hizo una pausa, miró a mi guía que había ocupado mi posición delante del monje y no paraba de hablarle.

- ¿Crees en el destino? - dijo de pronto en otro tono.

- No. La verdad, es que no creo en nada, salvo en la felicidad. Es una forma extraña de religión, pero al fin y al cabo, también se basa en la fé.

- Yo sí. ¿Sabes?, en el viaje de vuelta tengo un asiento libre al lado.

Noté aquel familiar temblor de piernas, pero aún así me atreví a decir.

- Tendré que  replantearme  lo del destino.


Mi madre no pudo prevenirme contra todo. ¿Tendría razón, al fin y  al cabo? ¿Se trataría tan sólo de responder, en lugar de preguntar? Ella me entrenó para ser educado y los niños educados siempre dan los buenos días y responden cuando te preguntan los demás. Los demás. Al fin, los demás.



martes, 21 de febrero de 2012

Cap.3: No salgas con extrañas (al menos, no hasta que las conozca)



- Creo que te lo hubieras pasado mejor haciendo parapente en Pokhara - me dijo el guía con sentimiento de culpa.



Evidentemente, aquello no parecía dar frutos. Desplazarte miles de kilómetros para buscar una respuesta apenas estaba sirviendo para otra cosa que para constatar la inutilidad de mi búsqueda. El señor de la túnica seguía impertérrito. No sé si esperando que le dijera: "Eso es todo, amigo", una señal para que pronunciara la sentencia mágica que aclararía el resto de mi vida, esa que esculpiría en mi tumba, si es que llego a morir.



A esta altura sobre el nivel del mar es imposible que sufras un ataque de ansiedad. No tienes oxígeno suficiente para hiperventilar, así que si estás hablando como no lo has hecho en los últimos doce meses juntos, te queda una sensación de agotamiento cercano a la extenuación. En esa situación todo es borroso e incierto.



En el avión que nos desplazó desde La India, mi acompañante me confesó que no creía mucho en eso de la felicidad, así como algo que se pueda aprehender, que más bien eran señuelos de la publicidad para hacerte creer que si no lo has conseguido es porque no has dado con el coche adecuado. Pero entonces, ¿qué sentido tendría mi vida? ¿Tendría que haber pasado más tiempo follando y menos meditando? Es como si te llevas veinte año estudiando homeopatía y ahora llegan unos señores y dicen que todo es mentira, que lo pueden demostrar. Bien, ¿y qué me dicen de todos los que creyeron curarse?



No soy tan imbécil. No busco algo material que simplifique mi vida. Pero tiene que haber algo más y si eres ateo ya sólo te queda eso, la felicidad. A punto de cumplir los treinta, esa curva que ya comienza a enfilar hacia los terribles cuarenta, cuando te bañas en perfume para ser visible y comes pipas de calabaza a todas horas para evitar el cáncer de próstata, no te queda otra que dedicar los últimos días de la víctima a buscar el Santo Grial.



Mi madre se empeñó en mantenerme en medio de esas dos líneas que te permiten pasar por la vida sin que a ésta le quede constancia de que estuviste o fuiste o algo, sea lo que fuere. Más allá del ambiente constreñido de mi infancia, la vida fluía a borbotones: Pedro perdió un ojo por un flechazo mal dirigido de Miguel, Miguel, por su parte, tuvo relaciones sexuales con su tía materna y estuvo un mes escayolado del brazo izquierdo cuando el padre de Pedro se lo torció para compensar el dolor por aquello que le hizo a su hijo en un descuido, a Maca sus padres le dejaban ver las películas de terror y comer galletas Oreo para hacer frente a la angustia que le producía verlas, así engordó felizmente hasta que los rasgos de su cara se quedaron arrinconados por los mofletes, Antonio "el largo" y el Kene descubrieron la bisexualidad y pudieron ser apedreados y acosados, y se convirtieron en fugitivos en su barrio y los padres ponían pasquines con sus caras en las farolas desnudas de la calle número 7, todos, todos, incluso mi padre, que brilló en su contumaz ausencia, tienen la suerte de haber sufrido lo suficiente como para poder apreciar la felicidad. Pero ¿qué fue de mí?, de ese niño indolentemente superficial, al que su madre protegió con una serie de consignas sobre cómo atravesar la vida para que ninguna flecha de paraguas desmembrado llegara a sus  ojos.



El único que mantenía el tipo era el señor de la túnica. Mi guía y yo estábamos a punto de derrumbarnos. Yo por hablar sin parar y él por escuchar historias que le traían al pairo. Pero claro, tienes que sacar fuerzas de flaqueza e intentar otro pequeño esfuerzo.



Cap. 3 No salgas con extrañas (no antes de que las conozca yo)





En cuanto comencé a afeitarme la barba fantasma, mi madre comenzó a fustigarme con la idea de que tuviera cuidado con las "extrañas". Yo no conocía a ninguna "extraña". Ni siquiera Jessica Lange era una extraña para mí. Creo que a mi madre el video de Sabina la dejó tan descompuesta como a mí. ¿Podría uno resistirse si una extraña como Sabina me pedía salir o en matrimonio o algo por el estilo? Yo no.


- No te vayas a ir con cualquiera. Las extrañas, en cuanto te das cuenta te la lían.

Objetivo: extrañas.

Para que las extrañas me la liaran, primero debería ir a algún sitio en el que tuvieran a bien reunirse. En las discotecas solía haber por aquel entonces una alta concentración de extrañas. Se bailaba a brazo partido, pero sólo como preludio al baile lento, que era donde se consumaba el conocimiento mutuo. Yo no sabía bailar lento, ni siquiera como pedirlo sin que el  hielo del cubata tintineara trastabillado sobre las paredes del vaso. Antonio "el largo" era un especialista en el baile de la época, y aunque bisexual a jornada partida, no tenía reparos en acercarse a cualquier grupo de desconocidas y hablarles hasta que la cosa se relajaba. La forma de bailar de Antonia causaba furor, cruzaba un pie delante del otro a un ritmo endiablado, estiraba el brazo mejor que Tony y de tanto en tanto se pasaba sin disimulo las manos por la entrepierna. Un ritual que provocaba el mismo furor que las películas de Esteso y Pajares  y que a mí, por la misma razón, me resultaba incomprensible. Las chicas hacían coro en la pista para disfrutarlo y el Kene se moría de envidía y de celos, creo recordar.

Si bien no podía imitar el baile sin destrozar los meniscos, sí podía remedar el resto del proceso: pasos, gestos, miradas, palabras, incluso las caladas de Cámel sin filtro,.. todo el ritual  de acercamiento que tan buenos frutos le daba a Antonio.

El orden de las frases, salvo que la cosa se diera tan bien que no hiciera falta profundizar, era el siguiente (lo sé porque aún guardo la chuleta):


- ¿Vienes mucho por aquí?

- Que bien te sientan esos pantalones (falda)

- ¿Un Cámel?

- ¿Bailas la próxima?


En mi primer intento en solitario, todo lo que estaba duplicado en mi cuerpo entrechocaba ostentosamente, desde las rodillas a los dientes, pasando por las orejas.


- ¿Vienes mucho p-o-o-r el cine... ¡aquí, aquí, quiero decir, aquí!?

- Lárgate imbécil.

Apoyado en la barra de la discoteca, que era mi zona preferida de la disco, el halo de felicidad que circundaba el rostro de Antonio me había convencido de que estaba, esta vez sí, en el camino adecuado,  pobre madre,... una noche de estas llegará tu hijo transformado y dichoso, pero luego, al intentar poner en marcha el plan había recibido una soberana decepción. Pero no fue la única.


- Aquella tía dice que como vengas más con nosotros a ellas ni nos acerquemos.


La voz de Antonio me golpeó con fuerza aquella noche de verano. Recuerdo que apenas había comenzado a beber el tercer Licor 43 con piña, ese combustible que me ayudaba a superar la barrera que separa la barra de la zona de extrañas que te la lían. No le respondí, me volví hacia una columna con una marquesina de espejos, intentando  reconstruir mi rostro parcelado por el puzzle, el humo y el Made in Japan de fondo.



- ¿Y por qué? - acerté a preguntar sin mirar a Antonio a la cara.

-Ni idea, tío. Si quieres nos abrimos.


Yo me hubiera abierto con una katana, sí. Es como si el guión lo hubiera escrito mi madre. Me vi a mí mismo paseando tembloroso entre dos líneas fluorescentes, hacia una luz cegadora que me atraía. Así iba a acabar mi vida, con el mismo tono desapercibido que había deseado ella.



- Vale- dije con voz queda.

- Estupendo -dijo el Kene, posiblemente el único que disfrutó del cambio.