Los dos pilares de mi infancia
no fueron mi padre y mi madre, sino mi madre y Spiderman. Una tía de la familia
venía periódicamente a casa con tebeos de este super-héroe. Se los quitaba a su
hijo porque decía que lo estaban "atontando". Mi madre podría haber
entendido que prefería atontarme a mí en lugar de a su hijo, pero no pareció
importarle que eso sucediera.
Mientras ellas hablaban yo devoraba los nuevos episodios. Más
que su lucha contra el mal, lo que me interesaba era la relación humana de
Peter Parker. Odiaba al Duende Verde por haberse cargado a la primera novia del
hombre araña, Gwen Stacy, la hija del policía que conocía en secreto la
identidad de mi héroe. En medio de ese dolor conoció a la periodista Mary Jane.
La verdad, Guendolina me gustaba más que MariJuana, pero por aquel entonces no
me distanciaba lo suficiente del texto como para caer en observaciones tontas
como ésta.
Aquellos tebeos, junto a la ya citada persistencia de mi
madre por alejarme del mal, consiguieron que me fuera metiendo en un mundo
imaginario frente al cual el real no podía hacerle sombra.
Más de veinte años después, cansado de las insatisfacciones
de la vida, de la mezquindad con que quién sea reparte la felicidad, decidí
hacer un viaje final. En lugar de al corazón de las tinieblas, elegí el que me
recomendó mi agente de viajes:
- Si buscas tienes que ir al único sitio en el que podrás
encontrar.
No
sé si es una frase preparada para todos los que tienen dudas sobre dónde ir y
la cartera dispuesta a dejarse aconsejar, pero a mí me funcionó. Fue justo lo
que necesitaba oír.
Rumbo
al país del dolor de cabeza, como lo llaman los chinos, el pequeño grupo de
españoles apenas intercambiamos una palabra entre nosotros. Yo me senté junto
al guía, que pareció dispuesto a reservar toda la energía para la llegada y se
durmió en cuanto la azafata hizo el último gesto señalando cómo poner el
respaldo en la posición deseada. En el balanceo abrupto del avión entre las
nubes, reclamaba la atención la voz compungida de una chica que no paraba de
preguntar. No alcancé a oír lo que decía pero su tono sonaba verdaderamente
triste.
Llegué
a Katmandú completamente destrozado. Hice unas compras necesarias,
descansé y me dispuse a continuar. La mayoría de los pasajeros se quedaron
allí, sólo unos pocos seguimos hacia Lhasa, desde donde nos preparamos
para el objetivo del viaje. Sólo una pareja más nos acompañó, las otras tres
personas se quedaron en Lhasa, en un mercado polvoriento, comprando
medicamentos para curarse lo que se supone que no puede curarse en ningún otro
lugar del mundo. Pensé que quizá a ellos les duraría más la ilusión que a mí,
pero hasta entonces necesitaba imaginar que estaba en las puertas de la
respuesta final. El abotargamiento del viaje llega a hacerte dudar.
Por
la tarde ya le había contado prácticamente todo a aquel señor de la túnica
naranja. Tenía la sensación de que mi guía, que había permanecido allí todo el
tiempo también, estaba preparado para darme consuelo y confesarme que
aquello era todo un engañabobos. Lo leía en su rostro.
-
¿Y ahora qué? Este hombre me dirá algo, ¿no?- le pregunté.
Cuando
estaba a punto de confesar, oí la misma voz plañidera del avión. Me giré y vi a
una chica envuelta en un abrigo de piel tibetana, de esos que vendían en el
mercado. Igual que yo, estaba delante de un señor hincado de rodillas, como una
estatua de buda haciendo yoga. Y de la misma forma que el mío, el señor parecía
inmune al dolor que presenciaba.
Cap. 4: ¿Y si mi madre, después de todo, tenía razón?
- ¿Puedo ayudarte en algo?
Ella se giró sorprendida. Se levantó con cierta dificultad.
-¿Tú venías en el avión? - me preguntó.
- Sí..
- Yo venía con mi novio...- empezó a llorar de nuevo.
- ¿Le ha ocurrido algo?
- Bésame - me dijo, de improviso.
Acercó su rostro al mío hasta casi quedar sepultados ambos en los
gorros anti-congelación.
Una extraña.
Una extraña en el Tíbet, en lugar de en una discoteca.
La besé en la mejilla, algo pegajosa por las lágrimas derramadas.
En lugar de alejarse, me abrazó.
- ¿Te ocurre algo? - vaya pregunta. Noté la falta de práctica.
Ella se echó hacia atrás.
- Mi novio ha decidido hacerse budista. Y no podía haberse quedado
en Madrid, no. Él tenía que hacerse budista aquí, en el quinto... en el sitio
más alejado del mundo.. pero... ¿tú has visto cómo viven aquí?
La verdad es que no me había fijado demasiado. Heredé de mi padre
esa habilidad para vivir dentro de mí mismo. Ella continuó. No parecía
necesitar que yo interviniera. De hecho, pensé, comparándolo con estos témpanos
religiosos anaranjados, al menos en mí encuentra calor humano.
- Un día se hace vegetariano... que si el pan de espelta con pipas
de calabaza... que si el tofu... que si maltratamos a los animales... que si
somos superficiales... ¿Me entiendes? De pronto había dejado de ser yo, Sofía.
Ahora era la máxima representación de la depravación y el materialismo
decadente de occidente. ¡Ah - dijo cogiendo impulso- y no creas nada de eso del
sexo tántrico! ¡Una... una... horrible... una leche de sexo!. Yo se lo decía:
'Si no tomas proteínas de las buenas luego no pretendas que esto te
funcione'... snif.
Se sonó con un pañuelo y lo guardó en el bolsillo del abrigo, que
imaginé abarrotado.
- ¡Mírame! - se desató los botones del abrigo y abrió cada hoja
como si fuera una exhibicionista. ¿Me había dicho mi madre algo sobre las
exhibicionistas? - ¿Te parece justo dejarme por venirse a orar a una montaña?
La chica estaba realmente impresionante. Aunque dudaba de que ella
buscara una respuesta en realidad, hice un gesto de desaprobación lo más
ostensible que mis vestimentas me permitieron.
- ¿Qué hacemos aquí?
A estas alturas estaba ya bastante confundido, no sabía si se
refería a nosotros o al ser humano, en general.
- Buscar - le dije.
- ¿Buscar? - se quedó callada un momento, hasta el punto de
percatar en quien tenía realmente delante. - Sí. Es verdad. Él quiso que lo
acompañara.. ¿te imaginas? Es como si tu pareja te dice que lo acompañes a la
casa de su amante... Seguramente yo también busco algo... Entender por qué...
Igual si hablaba con un monje - se giró hacia el que permanecía detrás de ella-
podría comprender lo que le pasa por la cabeza... el motivo para abandonarlo
todo... ¿qué tiene que pasarte para abandonarlo todo? Yo era feliz y creí que
él también. Pero nunca sabes lo que pasa por la cabeza de alguien que habla tan
poco.
Mi padre hablaba poco. Yo también hablo poco. Incluso así me
cuesta encontrar las respuestas en mi interior.
- Pensarás que estoy loca...
- No, noooo, qué va..- me apresuré a decir - en realidad, me
parece que eres la primera persona cuerda que me habla en los últimos tres
días.
- ¿De veras? Lo estoy pasando muy mal. Me aferro a algo ya
perdido. Quería luchar hasta el final, pero... Siento que ya no me quiere.
Ahora es como si me apreciara, como se aprecia a un hermano.. a un hermano
adoptado, tampoco hay que exagerar. Es terrible.. pero, aquí me tienes... como
una tonta... manteniendo la ilusión hasta el último momento.
- ¿Y él? - le pregunté.
- Él está... disfrazándose... dice que ya no volverá a vestir sus
ropas decadentes... que ha encontrado su sitio. ¿Crees que soy muy egoísta?
- ¿De verdad te preocupa lo que yo pueda pensar de ti?
Por primera vez ella me miró para verme. La vi preguntándoselo a
sí misma. Quién era, al fin y al cabo aquel extraño. Me preguntó mi
nombre y luego qué hacía allí.
- La verdad es que no lo sé muy bien... desde hace unos años me he
empeñado en buscar algo que me permitiera sentirme feliz. Un día fui a
una agencia de viajes. Quería alejarme de mi malestar, aunque fuera en un vuelo
Low-Cost. Creí que me iba a sugerir que me fuera a Tailandia, a recibir
masajes, pero... me indicó otra dirección... y aquí me tienes.
- La felicidad... -repitió ella con tono apesadumbrado- yo la
tenía... Es inútil que la busques, créeme, cuando la encuentres
vendrá un grupo de calvos cantando el hare-krishna y se la llevará.
Hizo una pausa, miró a mi guía que había ocupado mi posición
delante del monje y no paraba de hablarle.
- ¿Crees en el destino? - dijo de pronto en otro tono.
- No. La verdad, es que no creo en nada, salvo en la felicidad. Es
una forma extraña de religión, pero al fin y al cabo, también se basa en la fé.
- Yo sí. ¿Sabes?, en el viaje de vuelta tengo un asiento libre al
lado.
Noté aquel familiar temblor de piernas, pero aún así me atreví a
decir.
- Tendré que replantearme lo del destino.
Mi madre no pudo prevenirme contra todo. ¿Tendría razón, al fin y
al cabo? ¿Se trataría tan sólo de responder, en lugar de preguntar? Ella
me entrenó para ser educado y los niños educados siempre dan los buenos días y
responden cuando te preguntan los demás. Los demás. Al fin, los demás.