martes, 21 de febrero de 2012

Cap.3: No salgas con extrañas (al menos, no hasta que las conozca)



- Creo que te lo hubieras pasado mejor haciendo parapente en Pokhara - me dijo el guía con sentimiento de culpa.



Evidentemente, aquello no parecía dar frutos. Desplazarte miles de kilómetros para buscar una respuesta apenas estaba sirviendo para otra cosa que para constatar la inutilidad de mi búsqueda. El señor de la túnica seguía impertérrito. No sé si esperando que le dijera: "Eso es todo, amigo", una señal para que pronunciara la sentencia mágica que aclararía el resto de mi vida, esa que esculpiría en mi tumba, si es que llego a morir.



A esta altura sobre el nivel del mar es imposible que sufras un ataque de ansiedad. No tienes oxígeno suficiente para hiperventilar, así que si estás hablando como no lo has hecho en los últimos doce meses juntos, te queda una sensación de agotamiento cercano a la extenuación. En esa situación todo es borroso e incierto.



En el avión que nos desplazó desde La India, mi acompañante me confesó que no creía mucho en eso de la felicidad, así como algo que se pueda aprehender, que más bien eran señuelos de la publicidad para hacerte creer que si no lo has conseguido es porque no has dado con el coche adecuado. Pero entonces, ¿qué sentido tendría mi vida? ¿Tendría que haber pasado más tiempo follando y menos meditando? Es como si te llevas veinte año estudiando homeopatía y ahora llegan unos señores y dicen que todo es mentira, que lo pueden demostrar. Bien, ¿y qué me dicen de todos los que creyeron curarse?



No soy tan imbécil. No busco algo material que simplifique mi vida. Pero tiene que haber algo más y si eres ateo ya sólo te queda eso, la felicidad. A punto de cumplir los treinta, esa curva que ya comienza a enfilar hacia los terribles cuarenta, cuando te bañas en perfume para ser visible y comes pipas de calabaza a todas horas para evitar el cáncer de próstata, no te queda otra que dedicar los últimos días de la víctima a buscar el Santo Grial.



Mi madre se empeñó en mantenerme en medio de esas dos líneas que te permiten pasar por la vida sin que a ésta le quede constancia de que estuviste o fuiste o algo, sea lo que fuere. Más allá del ambiente constreñido de mi infancia, la vida fluía a borbotones: Pedro perdió un ojo por un flechazo mal dirigido de Miguel, Miguel, por su parte, tuvo relaciones sexuales con su tía materna y estuvo un mes escayolado del brazo izquierdo cuando el padre de Pedro se lo torció para compensar el dolor por aquello que le hizo a su hijo en un descuido, a Maca sus padres le dejaban ver las películas de terror y comer galletas Oreo para hacer frente a la angustia que le producía verlas, así engordó felizmente hasta que los rasgos de su cara se quedaron arrinconados por los mofletes, Antonio "el largo" y el Kene descubrieron la bisexualidad y pudieron ser apedreados y acosados, y se convirtieron en fugitivos en su barrio y los padres ponían pasquines con sus caras en las farolas desnudas de la calle número 7, todos, todos, incluso mi padre, que brilló en su contumaz ausencia, tienen la suerte de haber sufrido lo suficiente como para poder apreciar la felicidad. Pero ¿qué fue de mí?, de ese niño indolentemente superficial, al que su madre protegió con una serie de consignas sobre cómo atravesar la vida para que ninguna flecha de paraguas desmembrado llegara a sus  ojos.



El único que mantenía el tipo era el señor de la túnica. Mi guía y yo estábamos a punto de derrumbarnos. Yo por hablar sin parar y él por escuchar historias que le traían al pairo. Pero claro, tienes que sacar fuerzas de flaqueza e intentar otro pequeño esfuerzo.



Cap. 3 No salgas con extrañas (no antes de que las conozca yo)





En cuanto comencé a afeitarme la barba fantasma, mi madre comenzó a fustigarme con la idea de que tuviera cuidado con las "extrañas". Yo no conocía a ninguna "extraña". Ni siquiera Jessica Lange era una extraña para mí. Creo que a mi madre el video de Sabina la dejó tan descompuesta como a mí. ¿Podría uno resistirse si una extraña como Sabina me pedía salir o en matrimonio o algo por el estilo? Yo no.


- No te vayas a ir con cualquiera. Las extrañas, en cuanto te das cuenta te la lían.

Objetivo: extrañas.

Para que las extrañas me la liaran, primero debería ir a algún sitio en el que tuvieran a bien reunirse. En las discotecas solía haber por aquel entonces una alta concentración de extrañas. Se bailaba a brazo partido, pero sólo como preludio al baile lento, que era donde se consumaba el conocimiento mutuo. Yo no sabía bailar lento, ni siquiera como pedirlo sin que el  hielo del cubata tintineara trastabillado sobre las paredes del vaso. Antonio "el largo" era un especialista en el baile de la época, y aunque bisexual a jornada partida, no tenía reparos en acercarse a cualquier grupo de desconocidas y hablarles hasta que la cosa se relajaba. La forma de bailar de Antonia causaba furor, cruzaba un pie delante del otro a un ritmo endiablado, estiraba el brazo mejor que Tony y de tanto en tanto se pasaba sin disimulo las manos por la entrepierna. Un ritual que provocaba el mismo furor que las películas de Esteso y Pajares  y que a mí, por la misma razón, me resultaba incomprensible. Las chicas hacían coro en la pista para disfrutarlo y el Kene se moría de envidía y de celos, creo recordar.

Si bien no podía imitar el baile sin destrozar los meniscos, sí podía remedar el resto del proceso: pasos, gestos, miradas, palabras, incluso las caladas de Cámel sin filtro,.. todo el ritual  de acercamiento que tan buenos frutos le daba a Antonio.

El orden de las frases, salvo que la cosa se diera tan bien que no hiciera falta profundizar, era el siguiente (lo sé porque aún guardo la chuleta):


- ¿Vienes mucho por aquí?

- Que bien te sientan esos pantalones (falda)

- ¿Un Cámel?

- ¿Bailas la próxima?


En mi primer intento en solitario, todo lo que estaba duplicado en mi cuerpo entrechocaba ostentosamente, desde las rodillas a los dientes, pasando por las orejas.


- ¿Vienes mucho p-o-o-r el cine... ¡aquí, aquí, quiero decir, aquí!?

- Lárgate imbécil.

Apoyado en la barra de la discoteca, que era mi zona preferida de la disco, el halo de felicidad que circundaba el rostro de Antonio me había convencido de que estaba, esta vez sí, en el camino adecuado,  pobre madre,... una noche de estas llegará tu hijo transformado y dichoso, pero luego, al intentar poner en marcha el plan había recibido una soberana decepción. Pero no fue la única.


- Aquella tía dice que como vengas más con nosotros a ellas ni nos acerquemos.


La voz de Antonio me golpeó con fuerza aquella noche de verano. Recuerdo que apenas había comenzado a beber el tercer Licor 43 con piña, ese combustible que me ayudaba a superar la barrera que separa la barra de la zona de extrañas que te la lían. No le respondí, me volví hacia una columna con una marquesina de espejos, intentando  reconstruir mi rostro parcelado por el puzzle, el humo y el Made in Japan de fondo.



- ¿Y por qué? - acerté a preguntar sin mirar a Antonio a la cara.

-Ni idea, tío. Si quieres nos abrimos.


Yo me hubiera abierto con una katana, sí. Es como si el guión lo hubiera escrito mi madre. Me vi a mí mismo paseando tembloroso entre dos líneas fluorescentes, hacia una luz cegadora que me atraía. Así iba a acabar mi vida, con el mismo tono desapercibido que había deseado ella.



- Vale- dije con voz queda.

- Estupendo -dijo el Kene, posiblemente el único que disfrutó del cambio.

2 comentarios:

  1. Jo, me encantan todas estas cosas que cuentas. Siempre me queda la duda de si son reales o inventadas. Están tan bien cogidas que tienen pinta de reales...

    Muy bueno eso de los señuelos... últimamente, me quedo pensando más tiempo después de leer una entrada tuya en este blog que en el otro.

    Que vaya bien la tarde, besos!

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  2. Uff que lio...sera que como Exter no acabo de distinguir si realidad a ficcion y no se por donde coger el hilo...de eso trata la magia de escritura no?...
    Bueno ahi sigo dandole vueltas a ver si saco algo en claro

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