jueves, 4 de abril de 2013

La espera



La primera vez que fue a buscarla llegó puntual a la cita.  Se quedó un rato en el coche, escuchando música. Ella se asomó por la ventana de la habitación y le hizo un gesto de espera con la mano al que él respondió con otro comprensivo de aceptación. A esa misma  hora abrían la boutique de la esquina y varias chicas esperaban también, igualmente puntuales, a que llegara la encargada.

Dos meses después, la escena seguía repitiéndose prácticamente igual, salvo con algunos cambios en la intención de los gestos de ambos y en una menor permanencia de él en el interior del coche. En una ocasión se acercó a pedir un cigarrillo a las chicas y éstas entablaron un conversación banal con él, que fueron dando lugar a otras charlas igualmente insustanciales pero de mayor duración. Esos ratos imprecisos transformaron el incipiente malestar de la espera en algo sutilmente agradable.

Por su parte, a ella, verlo de tan buen humor a pesar del tiempo de aburrimiento al que intuía someterlo, le transmitía la suficiente tranquilidad como para no sólo no cambiar sus hábitos al respecto, sino más bien al contrario, acentuarlos. Ambos quedaban a las cinco a sabiendas de que el resultado de tal acuerdo tendría poco que ver con lo verbalmente pactado.

Fruto de estas circunstancias, tanto él como algunas de las chicas fueron añadiendo a su habitual puntualidad ciertos minutos de gracia. Cuando entraban en la tienda, él iba distribuyendo las miradas de forma que cada vez dedicaba menos a la ventana y más a la puerta de la boutique por la que veía transitar a las chicas. Una de ellas empezó a salir a fumar con más asiduidad de la habitual y él se le acercaba a ofrecer o aceptar un cigarrillo. En uno de esos espacios improvisados se encontró a sí mismo pensando en el tatuaje de la chica -la lengua burlona de los Rolling-. "No.Yo soy más de Led". ¿No?, ¿no qué? Le desagradó esa forma inconsciente de intentar distanciarse y decidió convertirlo en parte de la conversación.

- Yo soy más de Led Zeppelin - le dijo señalando el tatuaje del cuello.
- ¡Uf! - exclamó ella con admiración y acto seguido,  lejos de arrinconarse tras los morros de Mick, tomó el cigarro en forma de púa y comenzó  a tocar al aire las notas del  Stairway to Heaven, acompasando su melena rizada en  un perfecto vaivén.

A él le temblaron las piernas. En ese instante su novia lo llamó desde la puerta del coche y el temblor se transformó en un redoble, que hizo que el trayecto hasta llegar a ella se convirtiera en un sarta de tribulaciones mentales en forma de excusas. Cuando llegó a su altura ella alivió su preocupación.

- Esa chica no está bien de la cabeza.

Él asintió con una sonrisa forzada. Tuvo la tentación de girarse porque algo que no existía justo unos minutos antes se había quedado ahora atrapado a su espalda, pero consideró que eso sería consumar la traición. Miró a su novia sin decir nada y luego se metió en el coche. Ella, mientras describía las habituales discusiones con su hermana, sacó del bolso un mp3, lo conectó al audio del coche y Ricardo Montaner comenzó a entonar un romántico bolero que servía de contrapunto a su relato pueril. Entonces él, antes de doblar la esquina, dejándose llevar, se atrevió a buscarla a través del retrovisor.

2 comentarios:

  1. Confieso que he necesitado una segunda lectura (igual no estaba muy concentrada), pero como siempre me ha encantado tu historia. ¡Ay los prejuicios y los ideales! ¿Será verdad eso de que los polos opuestos se atraen? Como talibana musical, no concibo que un fan de los Rolling pueda enamorarse de alguien que escucha boleros. Claro, que así me va :-P

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  2. Me ha encantado :) hay tanto romanticismo en la cotidianeidad... ^^

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