Marcelo se encontró la Moleskine
caída justo delante del puesto de frutas. La tendera le preguntó que quería y
él se apresuró a pedirle un kilo de peras de agua, “duras como piedras”,
apuntilló. Y mientras ella se giraba para cogerlas, él miró alrededor y se agachó a por la libreta. Se la guardó en
el bolsillo de la chaqueta, sin más. La vendedora le alargó la bolsa con la
fruta. “¿Estarán bien duras?”, insistió. “Como piedras”, recalcó la chica con
una sonrisa, mientras se martilleaba suavemente la cabeza con los nudillos.
Marcelo no le devolvió la sonrisa. Cogió la bolsa, se dio media vuelta y se
marchó del mercado en dirección a la cafetería.
Se sentó en la misma mesa de cada mañana, hizo un gesto al camarero
para que lo mirara. “Leche fría”, le indicó, “un chorrito”. El camarero asintió
levantando la mano.
Soltó la bolsa en el suelo y buscó la Moleskine en el bolsillo. Estaba
muy arrugada.
Miró hacia la barra y las mesas buscando algún posible dueño despistado.
Nadie de los presentes se le antojó susceptible de anotar algo en una libreta así. Se la acercó a la nariz y la
olió.
—Su café.
—Gracias.
Dejó que el camarero se marchase y entonces echó un vistazo a la libreta. Era negra, un modelo con las hojas blancas sin rayas, que parecía
haber sido utilizada a modo de diario. Tenía varias hojas arrancadas sin
cuidado, todas partidas por el mismo sitio, por lo que dedujo que las habrían
quitado de golpe. Un acto violento, sin duda. Vertió el azúcar en el
café y empezó a moverlo con la cucharilla indolentemente mientras abría con la
otra mano la primera página escrita.
“Jueves 13
Cada día me cuesta más controlarme. Esta mañana temprano he
dado un paseo por el mercado. Me he detenido a comprar fruta en el puesto de
esa chica. No sé por qué está siempre tan risueña. Algunas días a la semana
acabo aquí el paseo antes de volver a casa. Compro algunas verduras, casi
siempre calabacines. Ella me ve y me pregunta: “¿Lo de siempre?”, y yo asiento.
A veces, ni siquiera llega a
preguntarme, me señala con el dedo los calabacines y yo muevo ligeramente la
cabeza. Esos momentos me ayudan a despejarme, pero siento una gran presión dentro de
mí y en cuanto vuelvo de regreso al piso, las nubes negras empiezan a ensombrecerlo de
nuevo todo.
Domingo 16
No he salido de casa. Me he quedado un rato largo mirándome al espejo
en el cuarto de baño. Los ojos enrojecidos por la falta de sueño. Siento una
tensión terrible en todo el cuerpo.
Me has llamado para preguntar. No creo que te importe, te he dicho. Te
quedaste en silencio, como lo hacías últimamente, pero oí tu respiración
agitada, y pensé que volverías a recriminármelo
todo de nuevo. Pero esta vez no, colgaste. Lancé el móvil a la cama con ira.
Luego he cogido la libreta y antes de ponerme a escribir para calmarme, me he
quedado mirándola un rato, recordando el día en que me la regalaste. Si no
podíamos hablar sin que acabara estallando, podría, al menos, utilizarla para
comunicarme contigo. Eso me dijiste. Ya supe lo que habías decidido. También
sospeché que habría alguien que te esperaba.
Lunes 17
Hoy me he fijado en un tipo con el que he coincidido varias veces en el
puesto del mercado. Me desespera su arrogancia. Me he preguntado si te
conocerá, si también un tipo así te gustaría, si serías capaz de haberme dejado
por alguien como él. Ha pedido peras y ha hecho hincapié en que fueran “duras
como piedras” de una forma odiosa. He sentido un pinchazo en las sienes, igual
que cuando me mirabas de aquella manera y entonces me han entrado ganas de… sí, de hacerle daño.”
Marcelo leyó de nuevo las últimas líneas. Azorado, cerró la libreta, se
incorporó en la silla y levantó la vista buscando a un desconocido pendiente de
él. Nadie parecía prestarle atención. Dudó sobre si continuar o no leyendo. Se
había bebido ya el café. Intentó tranquilizarse y finalmente la curiosidad se adueñó de nuevo de él. Volvió a abrirla por la misma hoja. Las
últimas dos palabras estaban subrayadas. Trazos gruesos y profundos hasta casi
traspasar la hoja. Le dio miedo. Llamó al camarero y le pidió otro café, no fue
capaz de añadir nada, pero el camarero reprodujo parafraseándolo: “Leche fría; un
chorrito”. Se subió las solapas de la chaqueta para protegerse contra la
sensación de miedo que había experimentado ante la frase y la forma en que
estaba escrita. Se echó hacia atrás en la silla y continuó leyendo.
“ Miércoles 18
Estoy seguro de que te habrás olvidado ya de mí. No has vuelto a llamar
y yo no puedo sacarte de mi cabeza. Lo invades todo. A veces lo intento, créeme, pero no puedo controlar
este dolor y entonces vuelve la agresividad. Te dije que si me ayudabas
lo conseguiría, que te necesitaba a mi lado, pero tú… has elegido huir.
No te lo puedo perdonar. Algún día sabré dónde estás. Me tienes que explicar
esto cara a cara. Todo está empeorando. Intento calmarme, salir, dar un paseo,
hacer algún recado que me aleje de ti.
Esta mañana, después de comprar los calabacines he decidido seguir al
tipo de las peras. Creo que hacerle daño a él me ayudará a hacerle daño a todos,
se le ve tan… enclenque, tan débil, y sin embargo, es soberbio, altivo, como si
se sintiera por encima de los demás. Podría bajarle los humos. Sabría lo que es
el dolor. Seguramente será alguien como ese quien esté contigo ahora. Podría
ser incluso él.
Se ha sentado en una cafetería cercana y ha pedido un café. Ha hecho el
mismo gesto que en el mercado y el camarero ha respondido de forma similar a la
chica. Debe repetir esto cada día. Siempre lleva chaqueta y un pantalón de
pinzas muy planchado. Usa zapatos de vestir negros, con cordones. No tiene una
nota de color en su vida. Seguro que es escrupulosamente ordenado. Ni beberá,
ni fumará. Es posible que un hombre así te haga feliz, ¿verdad? No tendríass que reprocharle nada, sabrías a qué
atenerte. Hasta el sexo sería previsible. Maldito imbécil.
Me he quedado en la barra y he pedido un café yo también”
De nuevo, cerró la Moleskine y miró nervioso alrededor. Esta vez fue
observando una tras otra a las personas que estaban en la barra. Un hombre de
edad mediana, con barba rala, aspecto descuidado, vestido con un jersey azul
avejentado, vaqueros y unos deportivos le devolvió la mirada. Escondió la libreta bajo la mesa y desvió la vista apenas un instante. Cuando la alzó de nuevo, el hombre se había girado sobre la barra y miraba al
televisor.
Marcelo, nervioso, se levantó,
extrajo tres monedas de euro y las dejó sobre la mesa y salió andando deprisa
en dirección a su casa. Cada cierto tiempo se giraba y buscaba al hombre del
bar. Estaba seguro de que lo perseguía. En contra de su costumbre, decidió
coger por un camino más largo para despistarlo en caso de que lo siguiera. Prácticamente
corría, sentía que le faltaba el resuello hasta que, por fin, vio el portal de su
casa. Sacó con torpeza la llave y abrió. Apenas hubo cruzado la puerta se
detuvo a recuperar el aliento. No estaba seguro de cómo debería actuar con
aquella información. ¿Llevarle el cuadernillo a la policía? Se reirían de él.
Sentía que de pronto su vida había dado un giro terrible, absurdo e
incomprensible. Todo había quedado fuera de su control. Fue caminando despacio
por el largo pasillo hasta el ascensor. Oyó detrás de sí que llamaban a varios
telefonillos del portero automático y el sonido de la puerta abierto por
alguien sin preguntar. Aceleró el paso sin girarse y oyó que también alguien
aceleraba los pasos en su dirección.
—¡Espere!
—escuchó que lo llamaban.
Se detuvo,
miro hacia atrás y lo vio.
—Oiga…—acertó
a decir con voz entrecortada—, le devuelvo su diario,..yo no…
El hombre del
jersey azul se le quedó mirando sin coger la libreta.
—Se ha dejado
usted esta bolsa en el bar.
Tras un
instante de duda, Marcelo cogió la bolsa, sin atreverse a apartar los ojos del
hombre que se las entregaba. Se dio cuenta de la posición que había adoptado,
prácticamente agachado, y se incorporó. Se guardó de nuevo la libreta en el bolsillo de la chaqueta.
—Gracias—se
limitó a decir, intentando aparentar serenidad.
Se giró y
comenzó a andar de nuevo hacia el ascensor. Notó aún la respiración
agitada y tomó una bocanada profunda de
aire. Pulsó el botón de llamada mientras maldecía haber recogido aquella
estúpida Moleskine. Miró en dirección a la puerta y vio al hombre allí, en la
misma situación que lo había dejado. Lo miraba fijamente. De pronto empezó a
andar despacio hacia él. Seguramente esperaba que le diera algo de dinero por
aquel favor. Odiaba a ese tipo de gente. Abrió los brazos con desgana para
decir que no tenía dinero, pero al hacer aquel gesto elevó la bolsa y entonces
notó un tamaño extraño en las peras, se la acercó un poco más, la abrió y vio
con espanto que se trataba de calabacines.