miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Dejaron de ser cortos los días?


Mira para atrás, Manuel,
desde tu sillón deformado, y dime,
¿dejaron de ser cortos los días?

Mientras contemplas consternado
tu panza septuagenaria,
¿te reconoces en tus sueños?

Aquel que prometió no demorarse en el camino,
¿se convirtió alguna vez en lo pensado?
¿Coronó la cima con la que se entregaba al duermevela?

¡Oronda protuberancia!
¿Sirvió de algo desbrozar de mariposas y flores
aquellos campos de promesas fértiles?

¡Oh, vieja tripa traicionera!
¿Demoró algún amanecer tu paso?
¿Te quedan recuerdos del trayecto
o  fueron mera brisa los besos?

Ahora que  aplanas con dedos ajados
tu derrotada adiposidad,
¿llegaste a oír la música de la verbena
desde la empinada orilla de las laderas?

En el centro del universo
en el que se horada tu barriga,
¿sientes el frío del destino
quebrar las fantasías a las que te entregaste?

¡Desleal camarada!
¿A qué manos te aferras
cuando te visita el abismo?

Mira para atrás, Manuel,
y dime, pobre amigo preso,
¿dejaron de ser cortos los días?









domingo, 4 de mayo de 2014

El rapto


El rapto de Perséfone - Alessandro Allori (1570)
Pedro entró en el bar, se detuvo un instante y empezó a buscarla con la mirada hasta que la encontró. Estaba allí, en una mesa redonda al fondo, sentada de espaldas a la puerta, rodeada de personas desconocidas para él. Se acercó y la llamó por su nombre. Ella primero miró la cara de todos los que la acompañaban, pero no se inmutó. El chico que estaba a su lado se giró. Lo reconoció: era su novio.

¾   ¿Qué quieres? ¾le preguntó el chico.

Pedro no le hizo caso y volvió a decir su nombre. Esta vez Rosa se volvió. La miró esperanzado. No quería pensar más  allá de cada minuto. Había elegido el camino más arriesgado, pero ¿habría alguno en el que la decisión no dependiera de las dudas? Irrumpir en su vida, en su otra vida, provocar una respuesta, saltar la distancia que separa las ilusiones de la realidad. 

Durante  un instante todo pareció quedar suspendido. Un accidente,  Pedro leyó los ojos de Rosa y encontró la verdad teñida de temor. La asió de la mano y ella se levantó manteniendo la mirada sin decir nada.

    ¾     ¿Qué haces? – el novio se incorporó del asiento y se puso de pie, junto a él. ¾Suéltala.
    ¾     No puedo ¾dijo Pedro.
    ¾     ¿Cómo que no puedes? ¾el tono de voz del novio subió con la misma rapidez que la confusión de todos.

Los demás miembros de la mesa  se levantaron también claramente nerviosos. Entonces Pedro, más decidido, tiró con fuerza de Rosa y ella, a modo de aviso, se limitó a decir: “Me voy” y cedió toda la resistencia que imaginó una vez que opondría. Ambos comenzaron a andar decididos hacia la calle. Oyó las voces a su espalda llamándola y el murmullo creciente a su alrededor. El novio dio varias zancadas hasta ponerse a su altura, agitando los brazos y gritando.

    ¾     Pero Rosa, ¿se puede saber qué haces? ¿quién es este tío? ¾viendo que ella no respondía la detuvo cogiéndola por los hombros¾ ¿Quién es?
    ¾     Él ¾se limitó a decir ella soltándose.

El novio se quedó parado, sin entender qué ocurría. Pronto se encontraron en el coche, con buena parte del bar asomado a la puerta, como si estuvieran despidiendo un cortejo improvisado. Pedro arrancó y se marcharon. Se quedaron callados mientras salían del pueblo.

    ¾     ¿Esto es el final o es el principio? ¾preguntó al fin ella.
    ¾     Siempre es el principio. El final nunca existe ¾respondió él sonriéndole.
    ¾     No podría haberme imaginado nada mejor que ser raptada por un filósofo ¾dijo ella sonriendo también.

Pedro le pasó un brazo por el hombro y ella se dejó caer sobre él.

    ¾     ¿Adónde vamos?
    ¾     Al mar, naturalmente.
    ¾     Naturalmente ¾dijo Rosa, y cerró los ojos.


Detuvo el coche en el mirador, un lugar ya familiar para ambos. Se bajaron y luego descendieron por una pequeña ladera atravesada por una escalinata construida de tacos de madera, al final de la cual se encontraba una playa desierta en esta época del año. Rosa se sentó en la arena, mirando el horizonte, sobre el que ya había iniciado el sol su descenso diario. Pedro se sentó detrás y la cogió por la cintura. Apoyó su barbilla sobre el hombro de ella y le susurró al oído.

    ¾     El mar. Aquí nace todo siempre.
    ¾     Sí. No sé cómo se puede vivir lejos de él.
    ¾     Es imposible, lejos sólo se puede sobrevivir ¾dijo Pedro convencido.
    ¾     ¿Has comido? ¾preguntó ella de pronto.
    ¾     No –bromeó él ¾, no quisieron que me quedara.

Rosa soltó una carcajada nerviosa. Ambos se quedaron en silencio, mirando los cambios de intensidad del cielo. Ella escuchaba la respiración de él cerca de su mejilla. Sentía que se tranquilizaba. Todo parecía resuelto al fin. Prefería no pensar, luchaba interiormente por dejarse arrastrar como unas horas antes, por vivir con plenitud cada momento, sin más. Pero no podía. ¿Qué haces después de conseguir lo que quieres? Disfrutarlo, diría Pedro. Amar y dejarse amar. Era  una afortunada. ¿Lo era?

    ¾     ¿Te preocupa algo? ¾le preguntó Pedro al notarla ausente.
    ¾     No –mintió ella  ¾, ¿qué me va a pasar? ¿Buscamos algo para cenar?
    ¾     ¿Qué te parece si compramos unos sándwiches en la gasolinera,  los traemos y nos los comemos viendo la puesta de sol, como tantas otras veces?
    ¾     Buena idea ¾apoyó ella levantándose.

Escogieron un par de sándwiches cada uno y unas latas de refresco, luego volvieron al mirador y se quedaron dentro del coche. Pedro buscó algo de música y la dejó sonando de fondo. Comieron en silencio, mirando el ocaso. Rosa comenzó a sentirse más incómoda, como si no hubiera previsto bien las consecuencias de aquel acto. No pudo evitar pensar en la familia, en los amigos, en Javier, el  novio,... articuló mentalmente las explicaciones que tendría que dar y el tiempo que tardaría aquello en dejar de ser noticia, en ser aceptada la nueva realidad. Pensó también  en el trabajo, en los gastos compartidos y, en suma, en todas aquellas otras cosas que la huida había puesto al fin sobre la mesa y que antes, cuando formaban parte de lo cotidiano, no suponían ningún obstáculo a los sueños. Masticaba lentamente, sin ganas. Se preguntó qué estaría pensando Pedro, pero no se atrevió a preguntárselo. Empezó a sentirse cansada, vencida, echó el asiento hacia atrás y cerró los ojos.

     ¾     ¿Qué harías si mi novio me pidiera que me casara con él? –le preguntó casi en duermevela
     ¾     Raptarte ¾respondió Pedro sin pensarlo.

Rosa sonrió. Se escuchó a sí misma decir débilmente: “¡Qué bien!”, y luego dejó que el sueño se apoderara de ella.

Se despertó a media mañana. Miró el móvil. Tenía varios mensajes, casi todos de Javi, recordándole que habían quedado para comer con los amigos y con su primo Manuel y la novia. Se fue a la ducha. Se llevó un rato maquillándose mientras pensaba sin parar en  Pedro.
   
    ¾     Te estamos esperando, ¿tardas mucho? –la voz de Javi sonaba a una tibia impaciencia.

No quería ir, no era allí donde le gustaría estar.

    ¾     No, ya he acabado, bajo. En cinco minutos llego.

Saludó a varios conocidos por la calle. El novio estaba en la puerta del bar, con un vaso de cerveza en la mano,  acompañado del primo, que se fumaba un cigarrillo.

¾     Doña Tardona ¾le dijo Manuel bromeando¾. Entra, guapa, que ahí está ya todo el mundo sentado.

Javi le guiñó el ojo y le dio un beso cariñoso en los labios. Ella entró al bar, saludó a los amigos y se sentó. Al poco llegaron Javi y Manuel. Los miró a todos. ¿Era aquella la verdad o era la otra? Estos rituales en los que todos participan ajenos a cualquier alteración, ¿formaban parte de su vida o en realidad la estaban alejando de lo que un día soñó? Escuchaba las voces, las bromas, las mismas voces y las mismas bromas. Un círculo que se cerraba una y otra vez sobre sí mismo. Y ella a veces estaba dentro  y otras fuera; un suspiro de alivio y otro de desconsuelo.

Llevaban ya  un rato comiendo, sentados en torno a la tranquila luz de lo cotidiano, cuando de pronto oyó a su espalda la voz de Pedro llamándola por su nombre. Sintió un pinchazo, un temor como de último aviso para el tren que no se puede perder. Una voz lejana rescatándola de aquel abismo.

   ¾     Rosa.