Aturdido aún por el viaje, me quedé un
rato de pie, apoyado sobre una columna. Al fondo, no muy lejos, un grupo de
personas estaba arremolinada en forma de
círculo. La ropa con la que iban vestidos reflejaba que no pertenecían a la
misma época o que se estaba celebrando el carnaval de los muertos. Me fijé en
mi traje. No habían elegido el mejor, desde luego, sobre todo teniendo en
cuenta que probablemente aquí no haya fondo de armario. Me sentía cansado
y dudé entre dejarme caer y tumbarme sin
más o indagar qué hacían aquellos tipos allí. Nadie me había explicado si había
algún protocolo para los recién llegados, pero acababa de constatar que no. Me
dejé caer durante un instante y cerré los ojos para repasar algún episodio
agradable de mi vida, pero nada acudía a mi mente, era como si se me hubiera
quedado en blanco, así que me incorporé y decidí dirigirme hacia el grupo, que continuaban absortos con algo que había
en el suelo. Cuando llegué a su altura los saludé. Ellos se giraron hacia mí y
algunos me devolvieron el saludo; otros simplemente repasaron mi indumentaria
de arriba abajo. Me hice paso entre
ellos para asomarme, preso ya de la curiosidad. En el suelo había una mujer que
se cubría la cara con las manos. Me agaché a su altura, su silueta me resultaba familiar, acerqué una
mano a su brazo y al tocarla noté calor y eso me produjo una sensación extraña.
Se descubrió la cara y al verla me quedé sin palabras, sorprendido.
¾
¡David!
¾gritó.
Era ella. La abracé temblando de
emoción. A mi espalda escuché un cuchicheo y una voz sobresalir sobre las
demás: “Hay que deshacerse de ella”.
Ambos miramos a la mujer que acababa de
hablar. Tenía la cara maquillada de tal forma que parecía una muñeca de
porcelana llena de arrugas. La pintura ocultaba la rugosidad tanto como cualquier vestigio de vida,
aunque, pensé, no creo que parecer vivo fuera importante en este sitio. Nos
levantamos y empezamos a andar sin saber bien hacia donde. A nuestro alrededor
solo había columnas. Por fin decidimos detenernos a la altura de una
cualquiera. Los demás se quedaron hablando entre ellos.
¾
¿Qué haces aquí… pareces…?
¾
¿Viva? ¾completó ella.
¾
¿Estás viva? ¾ pregunté incrédulo¾. Imaginé que aquí solo me encontraría a mis abuelos, a mis padres, a mi prima
Rosa,… ya sabes.
Estrella
miró alrededor.
¾
La verdad es que esto
tiene una pinta horrible ¾dijo sonriendo¾. Menos mal que es
un sueño. Pero no me pellizques todavía, por favor.
Me abrazó. Noté su cabeza sobre mi
pecho. En otros momentos, no hace mucho, apenas unos días, ella me rodeaba
también con los brazos y escuchaba en silencio los latidos de mi corazón,
esperando una respuesta. Yo ya sabía que
mi muerte sería inminente. ¿Qué podría decirle?
¾
Quiero que sepas ¾me dijo sin soltarme ni mirarme a la cara¾, que no me iré de
este sueño hasta que no me digas lo que quiero oír.
¾
¿De qué te valdría ahora? ¾le pregunté en voz baja.
¾
Ahora más que nunca ¾respondió convencida.
Cerré los ojos y me concentré en la
agradable sensación de calor que desprendía. Los abrí y miré lo que nos rodeaba; todo era frío y
silencioso. Quizás, pensé, fuera de ella todo fue siempre frío y silencioso,
pero lo vi tarde.
¾
Creo que he corrido demasiado ¾reflexioné en voz alta, ella no dijo nada-, tanto que he llegado a mi
muerte antes de lo esperado. Y no estoy seguro de que hubiera estado corriendo
en la dirección adecuada.
Seguía aferrada a mi cintura con los
ojos cerrados, quizás inmersa en su sueño. Entonces yo también la abracé con
fuerza, luego la aparté ligeramente y nos miramos. Me entraron ganas de
besarla. Vi un destello de ilusión en sus ojos y cuando estaba a punto de unir
nuestros labios, desapareció. Un gran sentimiento de tristeza se apoderó de mí. Algunas de las personas que
formaban el grupo me miraban fijamente desde la distancia. Noté un silencio
hostil rodeándome.
Vagué con la certeza de estar siempre en
el mismo sitio, una especie de desierto sin fin en el que las palmeras habían
sido sustituidas por columnas, unas columnas de color ocre, lisas, que se
perdían en un cielo anaranjado, como si estuviera siempre a punto de amanecer.
Cada vez que veía a gente la rehuía. No me sentía con ánimo para preguntar y
mucho menos para escuchar las respuestas.
Empecé a pensar que Estrella no volvería, pero después de cierto
tiempo, un tiempo indeterminado, la vieja de porcelana se acercó a mí y me
avisó de que ella estaba otra vez allí.
¾
¿Dónde? ¾le pregunté
sobresaltado.
¾
Ahí ¾señaló, y la vi
tumbada boca arriba cerca de otro grupo de personas.
Salí corriendo en su dirección, temiendo
lo peor, o quizás, pensé egoístamente, ¿sería su muerte lo peor? Me arrodillé y
cogí su brazo. Noté con alivio el calor de la vida. La misma mujer se me acercó
por detrás y me advirtió: “Esto no puede seguir así”.
Les grité que se marcharan y se fueron
poco a poco, hablando entre ellos.
Me centré en Estrella. Le acaricié la
frente y le mecí el pelo, un pelo castaño, con brillo. Me agaché a olerlo y su
olor me transportó en el tiempo hasta apoderarse de mí una terrible melancolía.
¾
Hola David, ¿cuántas veces voy a tener
que soñarte para que repares lo que dejaste inacabado?
Su voz sonó dulce. Esta vez no esperé,
me agaché y la besé. Ella también me besó. Sus labios desprendían una luz que
nunca supe ver.
¾
Hasta que me asegures que seguiré
formando parte de tus sueños ¾respondí.
¾
Siempre ¾dijo ella y se acercó
y volvió a besarme.
Me consoló escucharla. Se me antojó que
la eternidad sería terrible sin ese “siempre”.
¾
No quiero perderte ¾me dijo al oído.
Antes de que me diera tiempo a
tranquilizarla desapareció. Miré hacia atrás asustado. El grupo permanecía a
cierta distancia, como siempre, como una sombra de la que no puedes
desprenderte. Me quedé allí, sentado,
pensando en ella, tomando conciencia de la distancia, de la imposibilidad de
unir nuestros mundos. Maduré la idea de no darle esperanzas si volvía a verla,
de despertarla, de alguna forma, de su sueño. Supe que era necesario, pero
también supe que no podría hacerlo.
La escena se repetía cada vez con más
asiduidad. Y yo sentía que sólo ella daba sentido a todo, fuese lo que fuese
ese “todo”. Era como un círculo que se
iba expandiendo, creciendo en intensidad, sin que pudiera controlarlo.
Mientras, el coro de muertos me oprimía
con su mera presencia. Temía que acabaran con ella, de alguna manera, no sé
bien cómo, ¿podrían introducirse en su sueño?
¾
Quiero que me lo digas, tantas veces
como haga falta hasta que me lo crea. Necesito escucharlo y saber que es
verdad.
Y yo se lo decía, repetía al pie de la
letra todas sus peticiones, creyendo y al mismo tiempo temiendo, que eso
significara el fin. Pero todo seguía
igual, volvía a aparecer de improviso, y no saber el momento exacto me hizo estar siempre pendiente, y eso mismo
noté que le ocurría a los otros, y así fue creciendo en mi interior un terrible
desasosiego.
Cada vez que abría los ojos los veía a
ellos, ya prácticamente encima de mí, repitiéndome incesantemente: “Tienes que
deshacerte de ella”, “No puedes seguir así”,… Y yo me fui embriagando de ese
pensamiento hipnótico que me atormentaba. Hasta que comprendí que la única
forma de empezar, era acabar, acabar con ella. Y entonces me sorprendí a mí
mismo diciéndoles: “Tengo que matarla; tiene que dejar de soñar conmigo”. Los
demás se miraron entre sí durante un instante y luego la vieja se me acercó:
“No lo entiendes, ¿verdad? Eres tú el que la sueña. Eso no lo podemos permitir:
morir es no soñar”