El interior de los bombones
-
No volverá a engañarme, ahora ya no tiene
excusas para que no estemos juntos.
-
No hace falta que te engañe, Sara; ya te engañas
tú misma. -Coge un bombón, se lo mete en la boca, lo muerde y deja que el licor se mezcle con el chocolate-. Lo lleva haciendo tantos años que me
sorprende que sigas manteniendo esperanzas.
Sara se entrega durante un instante al recuerdo de las
promesas incumplidas, mientras, su amiga alarga los dedos en forma de pinza
hacia la caja, duda un instante y finalmente escoge uno relleno de lemond curd y repite el proceso anterior.
-
Pero, …- dice Sara
interrumpiendo sus propios pensamientos en busca de argumentos que puedan sostener su ilusión -,
su mujer lo acaba de dejar. Ahora necesita un tiempo para asimilar los cambios,
pero…
-
¡Pero leches! -la corta Clara
tajante-, no tienes nada que hacer, entérate, ni casado ni ahora.
Es más, ahora se entregará a la vida de soltero buscando demostrar que sigue en
el club de los Alpha, créeme; esto está más contrastado que las etapas de la
Kluber esa.
Sara se queda mirándola sin decir nada. Teme que esté en lo
cierto pero lucha contra esa posibilidad. Si abandona, ¿de qué habrá valido la
espera? Clara, ajena, sigue incansable con su cata.
-
Me encantan estos, ¿los has probado? -Sara
no le responde, está ausente, pero eso no parece afectarle a Clara-, están
rellenos de pomelo al Oporto. ¡Uf, me pierden! Casi tanto como mi ruso, ¿te he
hablado del ruso?
-
¿El ruso? -exclama Clara.
-
Es delicado como una balalaika… ¡uf! -
El iris se le pierde detrás de los párpados como si acabara de descubrir el
lujurioso interior de los bombones -: Me transporta a la Plaza
Roja.
Sara se echa hacia atrás en la silla, frunce el ceño y mira
a Clara fijamente, sin decir nada, hasta
que ella se percata al fin.
-
¿Qué? -Pregunta al ver la
actitud de su amiga-, ¿no te gustan los rusos?
-
Me importan un pimiento tu ruso, las muñecas rusas, Putin y la
Internacional Comunista, ¿es qué no te das cuenta de lo que me pasa? -se
lleva las manos al rostro.
A Clara le parece un gesto teatral, muy típico de ella,
piensa, que siempre tiende a dramatizarlo todo.
-
Pero mujer, si te hablo del ruso es para
distraerte… bueno para distraerte y porque creo que la solución a lo tuyo puede
venir por ahí.
Clara observa ahora el repentino interés de Sara y se hace
la interesante, cierra la caja de bombones, le da la vuelta y busca por detrás
los nombres y el tipo de relleno y los va leyendo en voz alta.
-
Ganaché de chocolate blanco al té a la menta, licor de cerezas con pasas, pasta
de almendras amargas,… estos belgas sí que saben. Prueba éste -le
ofrece a Sara que lo coge y se lo mete en la boca.
-
Está bueno -dice sin más.
-
¿Bueno? -Se come ella otro
del mismo-, está increíble. Ese novio tuyo te tiene quitado
el gusto, hija.
-
¿Cómo va a arreglar el ruso lo mío? -pregunta
directamente Sara.
-
¡Ah, mi ruso! Pues mira, le hablé de ti al ruso,
de ti y de ese pseudonovio que te tiene tan amargada.
-
¿Y qué le dijiste?
-
Pues la verdad, sea… Que hasta que no
desaparezca tú seguirás muerta en vida. Un polvo semanal a escondidas y a
ponerle velas a Fátima el resto de la semana. Y ahora, dos polvos a la semana y
a rezarle a Fray Leopoldo y a mirar asustada cómo cambia los chinos por
vaqueros desgastados. Se lo conté a
Mijail y claro, se enfureció. Bueno, se enfureció como se enfurecen los
rusos, y tuvo que beberse un par de vodkas o tres para contenerse.
Sara se imaginó a un ruso de 1,95, con ojos azules, zapatos
de cocodrilo con una punta interminable y vestido de Armani con un colt con
silenciador en la sobaquera y un escalofrío inexplicable la removió en su
asiento.
-
¿No hay ninguno con vodka?
-
No, estos belgas son muy finos. Prueba este de
Armagnac.
Le dio un pequeño mordisco y se echó hacia adelante apoyando
los codos en la mesa mientras miraba
perpleja a Clara.
-
Cuenta -dijo al fin.
-
Pues eso, que le dije que tenía que darle una
lección, pero me parece que él no entiende muy bien el español todavía y es
posible que “lección” traducido al ruso signifique “liquidar”: ya sabes que los
rusos son muy dados a eso de matar a la gente.
-
¿Matarlo? -exclamó con temor
Sara.
-
Bueno, matarlo un poco, quizás una paliza, pero
si se pasa dándole, - no sabes la fuerza que tiene-, pues… no sé, si se pasa
igual ya no puede ponerse pantalones ajustados nunca más, ya me entiendes.
-
Creo que me estoy asustando -dijo
Sara cogiendo un par de bombones al azar y llenándose la boca con ellos.
-
No sé si esa mezcla es adecuada.
-
¿Cuál?
-
La de Oporto con la de de Champán, creo que es
demasiado empalagosa.
A Sara no le pareció empalagosa, es más, no le pareció nada
porque prácticamente se los tragó sin masticarlos.
-
Tengo que avisarlo -dijo de pronto
buscando en el bolso el móvil.
-
Sí, eso –dijo Clara con desdén-, avísalo, dile: Tontito, sal corriendo de casa
y escóndete que hay un ruso que quiere darte una paliza o quizás matarte, no
estoy muy segura.
-
Estás loca.
-
Sí, loca, loca, no sabes cómo me tiene Mijail.
El interior de Ernesto
-
Perdona por lo de ayer, estoy tan… Necesitaba un
poco de soledad para pensar.
-
Ya, no te preocupes –dijo Sara comprensiva.
-
Es que desde que ella… No sé, siempre quise que
esto se solucionara, pero ahora que al fin ha sucedido… Además, lo que menos me
imaginaba es que sería ella la que me dejaría… Es que no lo entiendo: “Ya no te
soporto más”, ¿te imaginas?
-
Bueno, Ernesto, lo importante es que al fin
podemos estar juntos, ¿no?
Ernesto se quedó mirando al techo. Le apetecía fumarse un
cigarrillo pero sabía que Sara odiaba que después de hacer el amor se pusiera a
fumar. Ella lo abrazó y colocó su cabeza sobre el pecho.
-
Sí, claro, -dijo Ernesto sin
entusiasmo-, eso es lo importante.
-
Por cierto, cariño, me encanta cómo te quedan
los vaqueros.
-
¿Ah, sí?,
pues fíjate tenía dudas. ¿No se me ve… ridículo?
-
Para nada, estás estupendo.
-
Gracias - la atrajo hacia
sí-, tú sí que eres estupenda.
Ella levantó la cabeza y se besaron, luego volvió a
recostarse sobre su pecho. No sabía cómo
avisarlo, pero estaba claro que tenía que hacer algo.
-
No le abras nunca a desconocidos, eh.
Ernesto sonrió.
-
¿Y eso?
-
No sé, este barrio está lleno de rusos y
seguramente serán de la mafia rusa porque si no estarían en Vallecas con los
polacos, ¿no te parece?
-
¿Lleno de rusos? ¿Quién te ha dicho eso?
-
Pues lo sabe todo el mundo. Vas al super y es la
comidilla.
-
¿Y qué? ¿Van asaltando casas por ahí o qué? -dijo
Ernesto con sorna.
-
Tú, por si acaso, utiliza la mirilla antes de abrir: si es alto
y rubio, mejor no abras.
-
A los españoles no nos dan miedo los rusos -continuó
Ernesto en el mismo tono.
Pues de Mijail deberías cuidarte, pensó Sara, pero decidió
centrarse en lo que la atormentaba.
-
¿Y cuándo crees que podré mudarme aquí contigo?
Ernesto se levanto de la cama y empezó a vestirse, para
abotonarse hasta arriba los vaqueros
tuvo que hacer un esfuerzo adicional.
-
Tendré que dejar la cerveza -
dijo alisándose la barriga. Se giró y vio a Sara aún en la cama, esperando una
respuesta-. No lo sé, cariño, necesito tiempo.
-
Ya, claro, pero así grosso modo…
-
No me presiones, por favor.
-
Bien, bien, -aceptó ella-,
seguiremos como hasta ahora, pero igual podemos vernos un poco más.
-
Sí, eso sí, por supuesto, podemos vernos un par
de días a la semana y así vamos…
A Sara se le transformó la cara. Dio un brinco, se sentó en
la cama y empezó a vestirse.
-
¿No tendrás bombones en casa, no?
-
¿Bombones? No, ya sabes que no soy muy de dulces
y menos de chocolate.
-
Sí, lo sé, y tú también sabes que me encantan
los bombones, especialmente los belgas.
Ernesto no hizo ningún comentario más y ambos acabaron de
vestirse. De pronto sonó un mensaje en el móvil y ambos se miran.
-
Es el tuyo -dijo Sara, al ver
que Ernesto no hacía ningún intento por cogerlo.
-
Ah, vale, luego lo miro. La gente está ahora
todo el tiempo compadeciéndose y ya estoy un poco aburrido de eso.
Nuevamente sonó otro mensaje
e inmediatamente dos más seguidos.
-
Pues se les ve muy preocupados, mejor que les
contestes, ¿no?
-
No. Son muy pesados.
Sara se levantó intranquila y fue al baño, al poco volvió a
salir como para decirle algo a Ernesto, pero se quedó callada y volvió a entrar.
-
Me había hecho ilusiones, seguramente, pensaba
que podríamos pasar más tiempo juntos -le dijo desde el
baño.
-
Y lo pasaremos, cariño, pero ya te lo he dicho…-sonó
otro mensaje, pero esta vez cogió el teléfono, los miró y comenzó a escribir -.
Necesito tiempo; ha sido tan
inesperado todo. Es más, creo que no voy a salir. Hablar de esto me ha vuelto a
agobiar.
Sara salió del baño
preocupada, estaba maquillándose y aparece
con los labios a medio pintar.
-
Bueno, bien, nos quedamos y ya está.
-
No, no. Lo siento, amor, no me siento con
fuerzas. Mejor nos vemos el lunes. No quiero amargarte el fin de semana. Lo
comprendes, ¿verdad?
-
Claro -dijo Sara, intentando
aparentar comprensión-. Sí, lo entiendo.
Volvió a entrar en el
baño y de pronto se escuchó un impacto,
como un golpe de algún objeto al caer sobre la bañera y después el ruido del
agua al salir descontrolada. Ernesto acudió en un salto y se quedó en la puerta mirando.
-
¿Qué ha ocurrido?
-
No sabes cómo lo siento, Ernesto, cariño, se ha caído el grifo y ahora se sale
el agua y…
-
Pero ¡corta el agua de paso, corre!
-
Y yo qué sé dónde está la llave de paso -dijo
ella atribulada.
Ernesto entró y el
sonido del agua se detuvo. Salieron los dos. Ella llevaba toda la camisa empapada.
-
Discúlpame, por favor, ya sé lo mucho que te
cuesta esto de las reparaciones del
hogar… y ahora… teniendo que pagarle a ella… Pero -
se acercó a él y le puso un brazo en la cintura intentando consolarlo-,
seguro que es poca cosa, además, mira, como vas a estar aquí mañana le voy a
decir a Clara que le diga a su novio, que es experto en estas cosas, que se
pase por aquí y te lo arregle. Es un chico estupendo y te lo hará gratis.
-
No importa, no, ya llamaré a un fontanero…
-
De ninguna manera, cariño, a veces hay que
hacerle caso a los demás y dejarse ayudar -lo abrazó y al
abrazarlo lo llenó ligeramente de agua, él dio un paso para atrás-. Perdona, no me di cuenta
de que te llenaba el Lacoste. Bueno, en cuanto termine sus cosas viene el
muchacho y lo soluciona en un periquete. Ya yo, si acaso, le compro a Clara una
caja de bombones belgas, que a ella también le encantan.