viernes, 22 de agosto de 2014

El lujurioso interior de los bombones






El interior de los bombones


-          No volverá a engañarme, ahora ya no tiene excusas para que no estemos juntos.
-          No hace falta que te engañe, Sara; ya te engañas tú misma. -Coge un bombón, se lo mete en la boca, lo muerde y deja que el  licor se mezcle con el chocolate-.  Lo lleva haciendo tantos años que me sorprende que sigas manteniendo esperanzas.

Sara se entrega durante un instante al recuerdo de las promesas incumplidas, mientras, su amiga alarga los dedos en forma de pinza hacia la caja, duda un instante y finalmente escoge uno relleno de lemond curd  y repite el proceso anterior.

-          Pero, …- dice Sara interrumpiendo sus propios pensamientos en busca de  argumentos que puedan sostener su ilusión -, su mujer lo acaba de dejar. Ahora necesita un tiempo para asimilar los cambios, pero…
-          ¡Pero leches! -la corta Clara tajante-, no tienes nada que hacer, entérate, ni casado ni ahora. Es más, ahora se entregará a la vida de soltero buscando demostrar que sigue en el club de los Alpha, créeme; esto está más contrastado que las etapas de la Kluber esa.

Sara se queda mirándola sin decir nada. Teme que esté en lo cierto pero lucha contra esa posibilidad. Si abandona, ¿de qué habrá valido la espera? Clara, ajena, sigue incansable con su cata.

-          Me encantan estos, ¿los has probado? -Sara no le responde, está ausente, pero eso no parece afectarle a Clara-, están rellenos de pomelo al Oporto. ¡Uf, me pierden! Casi tanto como mi ruso, ¿te he hablado del ruso?
-          ¿El ruso? -exclama Clara.
-          Es delicado como una balalaika… ¡uf! - El iris se le pierde detrás de los párpados como si acabara de descubrir el lujurioso interior  de los bombones -: Me transporta a la Plaza Roja.

Sara se echa hacia atrás en la silla, frunce el ceño y mira a Clara fijamente,  sin decir nada, hasta que ella se percata al fin.

-          ¿Qué? -Pregunta al ver la actitud de su amiga-, ¿no te gustan los rusos?
-          Me importan un pimiento  tu ruso, las muñecas rusas, Putin y la Internacional Comunista, ¿es qué no te das cuenta de lo que me pasa? -se lleva las manos al rostro.

A Clara le parece un gesto teatral, muy típico de ella, piensa, que siempre tiende a dramatizarlo todo.

-          Pero mujer, si te hablo del ruso es para distraerte… bueno para distraerte y porque creo que la solución a lo tuyo puede venir por ahí.

Clara observa ahora el repentino interés de Sara y se hace la interesante, cierra la caja de bombones, le da la vuelta y busca por detrás los nombres y el tipo de relleno y los va leyendo en voz alta.

-          Ganaché de chocolate blanco al  té a la menta, licor de cerezas con pasas, pasta de almendras amargas,… estos belgas sí que saben. Prueba éste -le ofrece a Sara que lo coge y se lo mete en la boca.
-          Está bueno -dice sin más.
-          ¿Bueno? -Se come ella otro del mismo-, está increíble. Ese novio tuyo te tiene quitado el gusto, hija.
-          ¿Cómo va a arreglar el ruso lo mío? -pregunta directamente Sara.
-          ¡Ah, mi ruso! Pues mira, le hablé de ti al ruso, de ti y de ese  pseudonovio  que te tiene tan amargada.
-          ¿Y qué le dijiste?
-          Pues la verdad, sea… Que hasta que no desaparezca tú seguirás muerta en vida. Un polvo semanal a escondidas y a ponerle velas a Fátima el resto de la semana. Y ahora, dos polvos a la semana y a rezarle a Fray Leopoldo y a mirar asustada cómo cambia los chinos por vaqueros desgastados. Se lo conté a  Mijail y claro, se enfureció. Bueno, se enfureció como se enfurecen los rusos, y tuvo que beberse un par de vodkas o tres para contenerse.

Sara se imaginó a un ruso de 1,95, con ojos azules, zapatos de cocodrilo con una punta interminable y vestido de Armani con un colt con silenciador en la sobaquera y un escalofrío inexplicable la removió en su asiento.

-          ¿No hay ninguno con vodka?
-          No, estos belgas son muy finos. Prueba este de Armagnac.

Le dio un pequeño mordisco y se echó hacia adelante apoyando los codos en la mesa  mientras miraba perpleja a Clara.

-          Cuenta -dijo al fin.
-          Pues eso, que le dije que tenía que darle una lección, pero me parece que él no entiende muy bien el español todavía y es posible que “lección” traducido al ruso signifique “liquidar”: ya sabes que los rusos son muy dados a eso de matar a la gente.
-          ¿Matarlo? -exclamó con temor Sara.
-          Bueno, matarlo un poco, quizás una paliza, pero si se pasa dándole, - no sabes la fuerza que tiene-, pues… no sé, si se pasa igual ya no puede ponerse pantalones ajustados nunca más, ya me entiendes.
-          Creo que me estoy asustando -dijo Sara cogiendo un par de bombones al azar y llenándose la boca con ellos.
-          No sé si esa mezcla es adecuada.
-          ¿Cuál?
-          La de Oporto con la de de Champán, creo que es demasiado empalagosa.

A Sara no le pareció empalagosa, es más, no le pareció nada porque prácticamente se los tragó sin masticarlos.

-          Tengo que avisarlo -dijo de pronto buscando en el bolso el móvil.
-          Sí, eso –dijo Clara con desdén-,  avísalo, dile: Tontito, sal corriendo de casa y escóndete que hay un ruso que quiere darte una paliza o quizás matarte, no estoy muy segura.
-          Estás loca.
-          Sí, loca, loca, no sabes cómo me tiene Mijail.



El interior de Ernesto



-          Perdona por lo de ayer, estoy tan… Necesitaba un poco de soledad para pensar.
-          Ya, no te preocupes –dijo Sara comprensiva.
-          Es que desde que ella… No sé, siempre quise que esto se solucionara, pero ahora que al fin ha sucedido… Además, lo que menos me imaginaba es que sería ella la que me dejaría… Es que no lo entiendo: “Ya no te soporto más”, ¿te imaginas?
-          Bueno, Ernesto, lo importante es que al fin podemos estar juntos, ¿no?

Ernesto se quedó mirando al techo. Le apetecía fumarse un cigarrillo pero sabía que Sara odiaba que después de hacer el amor se pusiera a fumar. Ella lo abrazó y colocó su cabeza sobre el pecho. 

-          Sí, claro, -dijo Ernesto sin entusiasmo-, eso es lo importante.
-          Por cierto, cariño, me encanta cómo te quedan los vaqueros.
-          ¿Ah, sí?,  pues fíjate tenía dudas. ¿No se me ve… ridículo?
-          Para nada, estás estupendo.
-          Gracias - la atrajo hacia sí-, tú sí que eres estupenda.

Ella levantó la cabeza y se besaron, luego volvió a recostarse sobre su  pecho. No sabía cómo avisarlo, pero estaba claro que tenía que hacer algo.

-          No le abras nunca a desconocidos, eh.

Ernesto sonrió.

-          ¿Y eso?
-          No sé, este barrio está lleno de rusos y seguramente serán de la mafia rusa porque si no estarían en Vallecas con los polacos, ¿no te parece?
-          ¿Lleno de rusos? ¿Quién te ha dicho eso?
-          Pues lo sabe todo el mundo. Vas al super y es la comidilla.
-          ¿Y qué? ¿Van asaltando casas por ahí o qué? -dijo Ernesto con sorna.
-          Tú, por si acaso,  utiliza la mirilla antes de abrir: si es alto y rubio, mejor no abras.
-          A los españoles no nos dan miedo los rusos -continuó Ernesto en el mismo tono.

Pues de Mijail deberías cuidarte, pensó Sara, pero decidió centrarse en lo que la atormentaba.

-          ¿Y cuándo crees que podré mudarme aquí contigo? 

Ernesto se levanto de la cama y empezó a vestirse, para abotonarse hasta arriba   los vaqueros tuvo que hacer un esfuerzo adicional.

-          Tendré que dejar la cerveza - dijo alisándose la barriga. Se giró y vio a Sara aún en la cama, esperando una respuesta-. No lo sé, cariño, necesito tiempo.
-          Ya, claro, pero así grosso modo…
-          No me presiones, por favor.
-          Bien, bien, -aceptó ella-, seguiremos como hasta ahora, pero igual podemos vernos un poco más.
-          Sí, eso sí, por supuesto, podemos vernos un par de días a la semana y así vamos…

A Sara se le transformó la cara. Dio un brinco, se sentó en la cama y empezó a vestirse.

-          ¿No tendrás bombones en casa, no?
-          ¿Bombones? No, ya sabes que no soy muy de dulces y menos de chocolate.
-          Sí, lo sé, y tú también sabes que me encantan los bombones, especialmente los belgas.

Ernesto no hizo ningún comentario más y ambos acabaron de vestirse. De pronto sonó un mensaje en el móvil y ambos se miran.

-          Es el tuyo -dijo Sara, al ver que Ernesto no hacía ningún intento por cogerlo.
-          Ah, vale, luego lo miro. La gente está ahora todo el tiempo compadeciéndose y ya estoy un poco aburrido de eso.

Nuevamente sonó otro mensaje  e inmediatamente dos más seguidos.

-          Pues se les ve muy preocupados, mejor que les contestes, ¿no?
-          No. Son muy pesados. 

Sara se levantó intranquila y fue al baño, al poco volvió a salir como para decirle algo a Ernesto, pero se quedó  callada y volvió  a entrar. 

-          Me había hecho ilusiones, seguramente, pensaba que podríamos pasar más tiempo juntos -le dijo desde el baño.
-          Y lo pasaremos, cariño, pero ya te lo he dicho…-sonó otro mensaje, pero esta vez cogió el teléfono, los miró y comenzó a escribir -. Necesito tiempo;  ha sido tan inesperado todo. Es más, creo que no voy a salir. Hablar de esto me ha vuelto a agobiar.

Sara salió  del baño preocupada, estaba  maquillándose y aparece con los labios a medio pintar.

-          Bueno, bien, nos quedamos y ya está.
-          No, no. Lo siento, amor, no me siento con fuerzas. Mejor nos vemos el lunes. No quiero amargarte el fin de semana. Lo comprendes, ¿verdad?
-          Claro -dijo Sara, intentando aparentar comprensión-. Sí, lo entiendo. 

Volvió  a entrar en el baño y de pronto se escuchó  un impacto, como un golpe de algún objeto al caer sobre la bañera y después el ruido del agua al salir descontrolada. Ernesto acudió  en un salto y se quedó  en la puerta mirando.

-          ¿Qué ha ocurrido?
-          No sabes cómo lo siento, Ernesto,  cariño, se ha caído el grifo y ahora se sale el agua y…
-          Pero ¡corta el agua de paso, corre!
-          Y yo qué sé dónde está la llave de paso -dijo ella atribulada.

Ernesto entró  y el sonido del  agua se detuvo. Salieron  los dos. Ella llevaba toda la camisa empapada.

-          Discúlpame, por favor, ya sé lo mucho que te cuesta esto de las reparaciones del  hogar… y ahora… teniendo que pagarle a ella… Pero - se acercó  a él y le puso  un brazo en la cintura intentando consolarlo-, seguro que es poca cosa, además, mira, como vas a estar aquí mañana le voy a decir a Clara que le diga a su novio, que es experto en estas cosas, que se pase por aquí y te lo arregle. Es un chico estupendo y te lo hará gratis.
-          No importa, no, ya llamaré a un fontanero…
-          De ninguna manera, cariño, a veces hay que hacerle caso a los demás y dejarse ayudar -lo abrazó y al abrazarlo lo llenó ligeramente de agua, él dio  un paso para atrás-. Perdona, no me di cuenta de que te llenaba el Lacoste. Bueno, en cuanto termine sus cosas viene el muchacho y lo soluciona en un periquete. Ya yo, si acaso, le compro a Clara una caja de bombones belgas, que a ella también le encantan.

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