Después de un tiempo así, mi padre pone cara de dolor y comienza a sujetarse la barriga y mi madre pone la misma cara pero, en cambio, ella prefiere sujetarse la cabeza.
jueves, 25 de agosto de 2011
Lo que pasa por dentro
Después de un tiempo así, mi padre pone cara de dolor y comienza a sujetarse la barriga y mi madre pone la misma cara pero, en cambio, ella prefiere sujetarse la cabeza.
sábado, 13 de agosto de 2011
Una "pedrá" en la cabeza
Cada mañana era un suplicio. No quería ir a clase, pero mi madre se mostraba inflexible. “Hay que ir”. “Es que me duele…”, intentaba excusarme. “Hay que ir”, insistía sin contemplaciones. Un besito de despedida traducible por: “Ya vale de quejarse”, y a salir pitando. Es un decir. Yo salía mascullando mi desgracia, más bien.
Una noche me decidí a contarle a mi padre, que era el solucionador oficial de nuestro hogar, lo que me pasaba con otro niño en el cole: “Lo que tienes que hacer es darle una pedrá en la cabeza”, dijo convencido. Muchos años después, recordé nítidamente aquella escena al escuchar a Clara prescribirme la solución a mis quejas de sobremesa: “Cógelo por el cuello y le das dos tortas. Verás como ya no te grita más delante de los demás compañeros”
En el entorno en que se crió mi padre era fácil encontrar una piedra, pero en las calles de la ciudad lo más parecido a un guijarro son los terruños arcillosos de los maceteros públicos. Aunque pensé que aquello podría no ser igual de disuasorio, escogí uno prieto y consistente. Me detuve, no obstante, a atarme bien fuerte las John Smith, porque intuía que después de la incursión militar tendría que salir, esta vez sí, pitando cuanto antes del lugar de los hechos.
Cuando tienes a alguien tan resolutivo a tu lado, te vas olvidando de seguir tus propios criterios. Es como si dar órdenes sin acompañarlas de razonamiento o argumento alguno, le diera un halo de seguridad y certeza. Y Clara es así. A mí me ahorra mucho quebradero de cabeza. “¿Qué vamos a comer mañana?”. “Lentejas”. No necesita ni medio segundo para decidir. En el trayecto a la oficina iba totalmente concentrado en la acción. Sabía que iba a suceder de nuevo. Porque soy un patoso y porque López es un tirano. Sólo que ahora, en lugar de con rumiaciones que acaban horadando el colon, se encontrará con mi mano cruzándole su tensa y asquerosa cara.
Nada más llegar a la calle del colegio, cuando ya veía a los niños jugando en la puerta, casi adormilados aún, busqué con la mirada a Rafa. Estaba con su grupo de lameculos, riéndose, posiblemente de lo que me iban a hacer a mí en el recreo. Antes de armar el brazo, estuve tentado de avisarle gritando su nombre No quería ser acusado de vil traicionero, pero el miedo comenzaba a hacer mella en mi decisión, así que le lancé el pegote con toda la fuerza que reuní, pero con la puntería que puede tener un niño que lo único que ha lanzado en su vida ha sido una goma de borrar desde un pupitre a otro. Mi padre seguramente cazaba pájaros a pedradas en su infancia y daría por hecho que si no heredé su coraje y determinación, al menos sí su puntería Davidiníaca.
Apenas escuché el impacto del barro sobre el cuerpo de José Luis, el principal pelota baboso de la corte de Rafa, la película que había imaginado se desmoronó de golpe. Fue suficiente ver el dedo de los niños señalándome para comprender que si antes me pegaban sin razón, ahora probablemente serían condecorados por ello. Corrí con la vana esperanza de que durante la carrera Rafa y compañía se dieran cuenta de que aunque esta vez había fallado, la próxima podría ser letal. Ni la distancia, ni las esquinas de las calles hacían mella en mi velocidad. Pero a los otros los guiaba el hambre de venganza y, como decía mi padre: “Cuando tienes hambre no hay nada que te detenga”.
- ¿Has acabado ya con ese capullo? – me preguntó Clara nada más verme entrar en casa.
- Sí – le mentí – creo que esta noche tendrá pesadillas conmigo.
martes, 2 de agosto de 2011
Heridas para después de una batalla
FRAN
El policía se detiene ante mí blandiendo su porra y en el último momento, antes de descargarla, intuyo que me mira a través de sus gafas oscuras atenuadas tras la visera del casco. Al fondo de esas capas de cebolla que lo distancian de lo que le rodea, el policía me tweetea con un grito aleccionador.
- ¡Vete a cuidar a tu madre, niñato!
No llego a tiempo de protegerme la cara con las manos. La porra tiene un corte a lo largo que la hace aún más siniestra. Caigo hacia atrás. Un remolino de manos me asisten e intentan distanciarme de los señores uniformados. La incomprensión me turba más que el dolor. "¡Está sangrando, necesita que lo atiendan!" En ese momento tomo conciencia del líquido templado sobre mi frente. Me levanto y me acerco al policía.
- ¿Por qué? - le pregunto.
- ¡¡¡No hay café para tanta lechera!!!
Desde el fondo del coro que lucha con sus voces contra la descarga, emerge un grito con mi nombre. Reconozco la voz de Pedro. Antes de que me empujen al furgón giro la cabeza y lo veo en medio del tumulto llamándome, casi ajeno a lo que le rodea. El antidisturbios me empuja dentro del furgón. En el interior, otras caras de incredulidad, indignación y dolor.
PEDRO
¿Por qué ha tenido que encararse? Es tonto, se lo dije a Ana. Fran debería resguardarse. No sabe lo que es esto. Maldito inconsciente. ¿Y tú?, me preguntó ella, ¿te quedarás en un segundo plano? ¿te ampararás en otras espaldas?. No, yo ya sé cómo manejarme, pero Fran… Fran ha visto demasiadas veces la película “Gandhi” y muy pocas “Un día de furia”. Le entrarán ganas de ponerle una margarita en el casco a cada antidisturbio.
Corro hacia el lugar de la asamblea en la que dejé a Ana. Esto es ya una batalla, pero esta vez estamos más preparados. Sol está ya más allá de Sol, cualquier plaza es Sol, cualquier ciudad es Sol, lo imagino y me da fuerzas para seguir. Algunos plantean alternativas para recuperar la plaza, desgastar a los antidisturbios, desplazarnos, utilizar todos los espacios. Ana es una estratega. La seguiría a cualquier parte. Desgraciadamente, ella seguiría a cualquier parte a Fran. Hoy lo he visto claro. Habla de él de la misma forma en que yo pienso en ella. Casi envidio ese golpe que ha recibido Fran. Poder sumirme en otro dolor más soportable que al que ahora me veo abocado.
Ana está sentada, escucha hablar a otro compañero. Lo oigo comentar la soflama de un dirigente del PP amenazando con llamar a la movilización a sus afiliados. Me acerco a ella y le pongo la mano en el hombro para avisarla. Se vuelve con una sonrisa, con esa sonrisa que te lo da y te lo quita todo.
- Hablan como si tuvieran un ejército de zombies, como si sus militantes no sufrieran las mismas consecuencias que nosotros, como…
- Fran – le digo, interrumpiéndola.
Se pone en pie de un salto. Me pregunto si habría reaccionado igual si hubiera sido yo. No.
- Se lo acaban de llevar. Un policía le ha dado un golpe, lo he visto sangrando por la frente. Luego lo han metido en un furgón. Le podrías preguntar a tu padre…
- ¿Mi padre? – me grita – ¡¡mi padre está de servicio.!!. Tengo que enterarme en qué comisaría está. ¿Lo has llamado?
- No. He salido corriendo a avisarte. ¿Qué hacemos?
- Tú sigue aquí. Déjame la moto. Lo buscaré.
ANA
Mi padre dice que a todos los indeseables los llevan a Arganzuela.
- ¿A mí me llevarás a Arganzuela alguna vez, papá?
- Procura que no te vea en el sitio que no tienes que estar.
Tengo que rodear Gran Vía, las lecheras tienen cortado todo el centro. Creen que así nos impedirán organizarnos. No importa, ellos tienen horarios, nosotros no. Fran. ¡Dios, pobre! ¿Creerá que esto es tan necesario como lo creo yo? A mi madre le gustará este chico. Es posible que hasta a mi padre. Bueno, eso me da igual. Si por él fuera mis amigos tendrían que hacer una genuflexión antes de entrar en casa. ¿Cómo nos hemos distanciado de esta manera?. Está tan atrincherado. No deja que le explique lo que hacemos. No sé si teme que me hagan daño, o simplemente cree que estamos locos, que vamos a crear un monstruo. Se llevó un mes sin hablarme por lo de la acampada. ¿Cómo puede un padre permitirse eso? ¿acaso él no ve cómo está todo?
Me hubiera gustado destrozarle completamente esa maldita porra. "¡Estás loca!", me dijo cuando vio el corte. “No me esperéis para cenar, vamos a tener unos días movidos, gracias a tus amiguitos”, avisó. Ya con las gafas puestas se me quedó mirando:
-En vez de salir, esta vez lo que tienes que hacer es quedarte en casa cuidando a tu madre, niñata.