martes, 17 de abril de 2012
En mi cabeza ... (primera versión)
En mi cabeza siempre suena una canción de Edith Piaf, un gorrioncillo triste que me empuja hacia el pasado. Marlene, la prostituta francesa de la esquina, no sólo las tiene en la cabeza, sino que en lugar de masticar chicle, canta sus canciones. Por eso a ella la llaman, la melancólica. Es muy bajita y enclenque, casi un suspiro en medio de esas rubias del este que bracean como jugadoras de la NBA a su lado.
Marlene fue mi novia. Durante una tarde al menos, fue mi novia. Sentados en la esquina de Callao, sobre el cartón desmantelado del embalaje de un frigorífico, nos prometimos todo lo que nos permitió la botella de Cacique que le entregó como propina su último cliente. Se dejó dormir apoyada en mi hombro. Esa día cogí más dinero del habitual, pero no el suficiente como para que lo nuestro perdurara.
Se despertó sobre las doce de la noche, justo a la hora de empezar a trabajar. Miró al perro. "¿Cómo has dicho que se llama el chucho?". "Quince", le respondí. Acarició a Quince con dulzura mientras miraba la taza con las monedas. "Hay por lo menos diez euros", le dije animado. "Por diez euros no hago yo ni una paja", adujo ella, desmontando mi ilusión transitoria. Abrió su bolso plateado, sacó un pintalabios gastado y se dibujó unos labios postizos de un rojo alarma que me impresionó. "Me voy a lo mío. Adiós". De buena gana hubiera ido detrás de ella, pero si dejas un rato la esquina viene otro y te la quita.
Una prostituta casi enana, un mendigo triste y un sucio perro callejero. Farolas. Otras farolas más, casi como un añadido del mobiliario urbano. Inadvertidas sombras que sirven de contrapunto en el vaivén cotidiano.
Hay una pequeña lucha previa a la aceptación. Durante el forcejeo te dedicas a encontrar sentido, un nuevo sentido a las cosas. A ordenarlas. Contar, encontrar secuencias lógicas. Treinta farolas, doce policías, veintiséis putas: veinticinco rubias y una morena. Un perro abandonado en la farola número quince. Una puta que no se tiñe. Ocho calles, dieciséis esquinas. Media hamburguesa de pollo con chédar que una niña anoréxica decide dejar sobre mis rodillas en lugar de en la papelera. El abismo. El abismo de los otros.
Hubo un tiempo en el que yo también formaba parte de lo visible. Estudiaba, amaba y era amado. Tenía llaves en el bolsillo. Restregaba las penas, las dudas y las esperanzas sobre un colchón mullido cada noche. Hubo un tiempo en el que Edith Piaf sonaba en un cd.
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Ufff que pena... me afecta muchísimo ver a la gente que tiene que vivir en la calle, aunque algunos me digan que ellos lo han elegido, no por eso deja de ser menos duro para ellos.
ResponderEliminarHace poco vi un reportaje donde hablaban con familiares de personas desaparecidas y todos pensaban que sus familiares podrían haber terminado así. Que duro, y se que es duro porque yo también pensé eso, por una persona que aparte de mi vida.
Todo el mundo (todo) debería tener derecho a una cama bajo techo y comer cada día sin necesidad de mendigar monedas.
Entre las personas que viven en la calle hay muchos con trastornos mentales severos a los que no hemos sido capaces de dar una respuesta adecuada. Luego hay otro porcentaje, yo conocí algunos de ellos, a los que, simplemente, la vida no paró de darles porrazos hasta dejarlos sin nada.
ResponderEliminarTal y como va la cosa es posible que este último grupo se incremente considerablemente dentro de poco.
Un beso Celia.
Es una pena si...pero, no olvides, quien, aunque nos cueste creerlo, también elige esta forma de vida...
ResponderEliminarAun asi, estos tiempos que corren no lo estan poniendo facil y cada dia, desgraciadamente son mas lo que dejan de tener un techo...
Hay un tipo de mendicidad que responde a lo que dices, Verillo, sin duda, no sé cuál será el porcentaje. Están otros, como el jubilado griego que se suicidó antes de ponerse a pedir en la calle.
ResponderEliminarPara que acaben así no sólo tienen que estar mal, tiene que haberles fallado toda su red social de apoyo. Esta historia trata un poco de eso, de alguien que alguna vez vivió de una manera y que nunca hubiera podido imaginar que acabaría así. Luego está ese otro mundo, el del lumpen, al que te refieres.
Un beso.
Uff, lo primero que me ha impresionado ha sido la canción de Edith Piaf sonando en la cabeza de la prostituta. Su descripción de pajarillo, casi de un suspiro, despierta mucha ternura; y el mendigo y la ilusión de esa tarde cercana a la normalidad: una casi novia. Pero luego la ilusión se desvanece, Marlene se va y la miseria vuelve, o continúa, porque nunca se fue...
ResponderEliminarUn beso enorme.