No tengo ni idea de cómo va a acabar esto. Es más, ni siquiera estoy seguro de cómo ha empezado.
jueves 13
La frutera me sonríe. Supongo que siempre me sonríe, a mí y a toda su clientela. Tiene una sonrisa franca y espontánea. En el mercado, a pesar de tener más cara la fruta. su puesto siempre está lleno. Da igual. Todos pagamos gustosos la diferencia.
Es posible que su sonrisa fuera la habitual y que yo hoy, por mi estado de ánimo, haya encontrado en la misma una especie de mensaje amoroso. He intentado confirmarlo en la mirada, que bien podría querer decir: ¿qué te pongo?, pero que he preferido interpretar como: ¿cuándo me vas a invitar a salir?
miércoles 19
Llevo una semana comprando frutas y verduras.
viernes 21
- Dos kilos de mandarinas. ¿Tienes algo que hacer mañana por la tarde?
En realidad fue así: doskilosdemandarinas¿tienesgokacerñanatarde?
- ¿Algo más?
Sí: "Creo que me he enamorado de ti"
- No,.. gracias.
Así que, seguro, ese no fue el comienzo.
Dos semanas antes. Lunes 27.
- Te encuentro raro.
- Sí, yo también me encuentro raro,.. no sé, como melancólico o así.. ya sabes... como si...
- Como si te faltara algo.
Pedro entiende de esto. Hace como que entiende y eso, a todos los efectos, es igual que entender. No hay nada que me aburra más que racionalizar mis emociones. Es una batalla que he perdido siempre y por lo tanto, suelo esquivarla con bastante tino. Pedro en cambio, es capaz de descubrir la superficie que envuelve cualquier misterio emocional. Digamos que yo pongo las emociones y él descifra el enigma. Hacemos un buen equipo.
- Va a ser por tu ruptura sentimental.
- Pero hace dos años de eso.
- Ajá, pero a ti siempre te ha costado elaborar los duelos.
Ya está. Ya sé por qué tengo ese tono de tristeza inacabada.
Una semana antes. Viernes 7, doce de la mañana.
Constato que puedo arrastrar mi estado por tiendas, cines y restaurantes. Es un avance.
- ¿Por qué estás así, Cesc?
- Por un duelo no resuelto.
- Ah, ya. Entonces mejor elegimos comedia para esta tarde, ¿no?
Las comedias ayudan a resolver los duelos sentimentales pendientes. Todo el mundo sabe que para superarlos tienes que:
a. Acudir a todas las citas a ciegas
b. Ver mucha comedia
c. Invitar a cenar a tus amigos hasta que lo superes
- Lo que no entiendo - me dice Mara - es cómo te ocurre esto después de tanto tiempo, especialmente teniendo en cuenta que fuiste tú el que rompió la relación.
- Llevas razón. Pero no encuentro otra explicación y Pedro dice que esto es característico en mí.
- Lo de los duelos...
- Sí - afirmo convencido - Después del cine pago la cena.
- Claro.
Me quedo mirándola. Ella se extraña, encuentra rara mi mirada. ¿Por qué no he tenido nunca nada con Mara? Es la novia de Jordi, sí, pero en realidad, es tan... tan...todo.
- ¿Te ocurre algo, Cesc?
- Creoquemeestoyenamorandodeti.
- ¿Qué?
- Creo que puedo ir al cine detrás de ti.
- No entiendo.
Esto sólo lo puede resolver Pedro
Ayer, lunes 24
- Hola Pedro, necesito que me aclares algo.
- Desembucha.
- Hace un par de semanas me di cuenta de que estaba enamorado de Mara.
- Ajá.
- Y la semana pasada me he enamorado también de la frutera.
- Ajá.
- Incluso creo que echo de menos a mi ex.
- Perfecto - concluye Pedro.
- ¿Cómo que perfecto? ¡Estoy echo un lío!
- Si eres capaz de volver a amar es que ya has superado el duelo.
¡Increíble, cómo no me di cuenta!
- Ahora lo que tienes que hacer es tirarle los tejos a Mara. Olvídate de la frutera.
- ¿A Mara? ¿Y Jordi? - ¿Olvidarme de la frutera?
- Será un secreto entre los tres.
- ¿Entre qué tres?
- Entre nosotros tres.
Claro, si fuera con Jordi no sería un secreto, sería un trío. La lentitud mental es una secuela del duelo.
- Pero -dudo- ¿Mara querrá algo conmigo?
- Of course, my friend.
Suena convincente. En inglés aún más. Me despreocupo de las posibles razones por las que ha llegado a esa conclusión.
Hoy, martes 25, siete de la mañana
- Pero, ¿cómo me llamas a esta hora, Cesc? ¿Te ocurre algo?
- Estoy aquí abajo.
- ¿En mi casa?
- Sí. Llueve.
Un segundo de silencio. ¿Es preocupante?
- Te abro - la voz de Mara suena algo ronca. Jordi no está. Espero - ¡¡Estás empapado!! ¿De dónde vienes? ¿Qué te ha pasado?¿Quieres un café?
- Llevo un rato ahí. Sí, por favor. ¿Me puedo quitar la ropa?
- Claro. Te traigo algo de Jordi y una toalla.
¡¡Uf, no hay peor forma de empezar!! Tengo que hablar con Pedro. No, Mara no lo entendería.
"Sería mejor que nos diéramos una ducha calentita"
- De acuerdo, gracias.
Nos sentamos en la cocina. Ella sigue con el pijama puesto. Los abultados y enormes ojos de Mafalda me miran desde su camiseta. No puedo apartar la vista.
- Me encanta Mafalda -digo por romper la tensión.
- ¿Me vas a contar qué te ocurre? -dice ella obviando mi comentario y mi fijación por las protuberancias de Mafalda.
"Llevo toda la noche pensando en ti y no puedo dormir y me he dicho: voy a verla, se lo cuento todo y que sea lo que Dios quiera. ¿Qué es lo peor que me puede ocurrir?"
- Creo que estoy saliendo del duelo. Eso dice Pedro.
- Y entonces te echas a la calle de madrugada a celebrarlo bajo la lluvia...
- Lo sé,.. lo sabe... bueno, creo que lo sé porque...
Me acerco sin pensarlo y la beso. Un beso robado. Ella no se aparta, pero tampoco colabora demasiado. ¿No apartarse es colaborar?
- Sí que estás contento - dice ¿sonriendo? Una mueca difícil de interpretar.
- Puedo volver a enamorarme.
- Me alegro. Ya no nos quedan amigas para tus citas. Has acabado con el repertorio entero. Tendremos que volver a empezar por la primera.
- Jajaja, no. Es más simple.
Voy cogiendo confianza, lo noto en el tono de mi voz. "Es más simple", jo, qué contundente.
- Sigue - dice ella bebiendo despacio de la taza de café humeante.
- Lo sé porque me he dado cuenta de cuánto te deseo.
"Me he dado cuenta de cuánto te deseo", uf, estoy lanzado. Impresionante.
Mara no habla.
Posibilidad número 1.
Está pensando: Pobre, cómo le digo que no puede competir con Jordi.
Posibilidad número 2:
Está pensando: Quién se iba a enterar. Jordi me tiene muy abandonada últimamente.
Posibilidad número 3.
...
- ¿Qué piensas? - pregunto intrigado.
- ¿Has venido en coche?
- No. Andando.
Posibilidad número 3.
Está pensando: Mejor que Jordi no vea el coche cuando vuelva.
- No sé, Cesc, estoy confundida. No puedes venir así, de golpe, y soltarme una cosa semejante y... no sé,.. esperar que yo... Jordi...es tu amigo...
Pedro me dijo una vez que si una mujer titubeaba era que sí; que si decía "No" era que sí y si sonreía y no decía nada era que sí. Seguramente es un machista engreído, pero es mi gurú particular, no puedo pagarme otro políticamente correcto.
Vuelvo a besarla. Ahora ella se muestra más colaboradora. Seguro que está comparando los besos. Sus labios saben a café.
Hoy, martes 25, dos de la tarde. En el mercado.
- Me alegra verte.
- Gracias - le digo - a mí también. Hoy está muy tranquilo esto, ¿no?
- Sí, bueno, a esta hora suele bajar ya el ritmo- de pronto deja de sonreír y se queda callada mirándome, me pone nervioso- Los otros días...
- ¿Sí? El día de...- no soy capaz de continuar - ella vuelve a sonreír.
- Me dejaste un poco confundida. Creí que me habías dicho algo sobre... quedar... pero...
- Ah, sí, bueno,...Es que.. - cojo fuerzas - no puedo dejar de pensar en ti.
Silencio. Otro silencio. Ya me voy haciendo con esto de los silencios. Pedro dice que los silencios son muy elocuentes. No sé qué quiere decir, pero es seguro que son muy algo, posiblemente elocuentes, pero a mí antes me parecían enigmáticos.
- Ja,ja,ja, -ríe visiblemente nerviosa- Bueno, nunca he quedado con un cliente. Espero no perderlo.
- Ja,ja,ja - mi risa también es nerviosa, aunque espero que no tan visiblemente nerviosa- Te aseguro que no perderás un cliente, en todo caso ganarás un... un... bueno... un...
- Amigo - me ayuda ella.
Concretamos la hora. Paso mi cuerpo por encima de las chirimoyas y nos besamos en la mejilla sellando el nuevo estatus.
Hoy, martes 25, seis de la tarde.
- ¿Pedro?
- Hola Cesc, ¿qué tal?
- He superado el duelo.
- Ajá.
- Estoy enamorado de Mara y de Rosa.
- ¿Quién es Rosa?
- La frutera.
- Ajá.
- ¿Es normal?
- Sí, es la etapa precontemplativa del narcisismo.
- ¿Y eso es malo?
- La ignorancia nunca es mala.
Eso suena fatal, pero Pedro sabrá a qué se refiere. Prefiero que pase directamente a las pautas de conducta.
- ¿Y entonces?
- Paga el cine y las cenas. Eso te ayudará a tomar conciencia.
Eso no suena fatal, pero sí raro, casi tendencioso.
-¿ Lo de invitar no era durante el duelo?
- Bueno, si vas a vivir a todo trapo emocionalmente, debes tomar conciencia de ello racionalmente, y eso sólo lo podrás hacer si lo constatas económicamente.
Es fantástico. No sé como no deja las clases de primaria y pone una consulta de counseling o de coaching.
Aunque sigo sin tener claro cuál ha sido el comienzo, ni qué dirección va a tomar todo esto, es evidente que el final consiste siempre en pagar.
viernes, 28 de diciembre de 2012
lunes, 1 de octubre de 2012
Morir a los cuarenta
¿Qué hago dentro de este maldito coche? Y lo que es peor, ¿qué
hago dentro de este puto maletero? La carretera está llena de baches, parece un
camino de cabras. A dónde me llevan. Un
momento, escucho sus voces… Dios…estoy perdido… no entiendo nada de lo que
dicen… tienen que ser rusos o ucranianos, unos asesinos a sueldo… no me
equivoqué. Me congratularía el buen ojo que tengo si no fuera por lo dramática
de la situación. Y precisamente hoy.
- - ¡¡¡Eeeeeh, vosotros, tiene que haber un error!!!
¡¡¡Soy pobre, os lo juro!!!
Parecen risas. Les hace gracia. Es la confirmación… o no.
Igual no es un error. A lo mejor creen que mi mujer es rica. Ella y su manía
con la ropa. No podía comprarse la ropa en Zara como todo el mundo. O quizá sea
a través del Facebook. He oído que ahora utilizan las redes sociales para
detectar a sus víctimas. Por lo visto es más rápido y eficaz. Pero yo, ¿qué he colgado que pueda dar lugar a que
piensen que...? Lo del BMV era una broma… No. Me voy a volver loco. Dios mío. Mi mujer y mis
hijos.
Otra vez están hablando… esta vez parece que entiendo algo.
-Sí… ya… faltar poco… protesta…da golpes,…jajaja…¿estar todo
listo?
“¿Estar todo listo?” Me van a torturar. No lo soportaré. Mi
mujer lo sabe bien, no me perdonaría que me dejara torturar. Tengo que
encontrar una salida, reconstruir todo hasta encontrar una salida.
Sofía me metió unas canciones en el móvil. Quería que las
escuchara justo cuando me subiera al autobús. Me puse los cascos y
oí a Leonard Cohen cantando Waiting
For The Miracle. Luego me dediqué a lo mismo de todas las mañanas, a leer a los
seres humanos que pululan a esa hora en el autobús. Esa maraña de lianas tristes.
La chica con las botas de piel con tacón, el funcionario ojeroso, la mujer con
el uniforme de “El Corte Inglés”, los tres trabajadores de la construcción con
sus neveritas azules,.. Lo mismo de siempre, excepto esos dos tipos con traje.
Siniestros. Uno moreno y otro rubio. No intercambian palabra entre ellos, a
pesar de haber entrado juntos. No creo que sean de la mafia rusa. No irían en
autobús; la crisis no habrá llegado tan hondo. Entonces, ¿a dónde van tan
temprano, tan arregladitos? Uno parece que me ha mirado. Me ha dado un poco de
miedo. Quizá esté imaginando demasiado.
Suena la siguiente canción: Shitlist de L7. Sonrío, paso a la siguiente y luego
algunas más para confirmarlo. You Belong To Me de Bob Dylan. Es la banda sonora de “Asesinos
Natos”. Menudo regalo de cumpleaños. Cierro los ojos para concentrarme en la
música y me olvido de los “rusos”. Cuando los abro el autobús está casi vacío.
El chico que siempre se sienta al final apurando el repaso a algún examen, los
dos tipos extraños en la misma posición en que los dejé y yo. La mañana es
típicamente otoñal. Una niebla densa apenas permite ver más allá de las luces
de las farolas. La verdad es que la música, el recuerdo de la película y estos
dos ahí, hieráticos y expectantes. Mejor los ignoro. Penúltima parada. Se baja
el chico. Miro a través del vaho de la ventana cómo se pierde entre la niebla.
El edificio de la Universidad se dibuja entre las luces fantasmales que la
iluminan desde su interior. Me entran ganas de salir corriendo detrás de él, me
estaba preocupando aquella situación con banda sonora incluida, pero me
convenció la idea de tener que caminar el último trecho en medio de esa niebla antes
de llegar al centro de trabajo. Ahora los estuve observando más detenidamente.
Vestían como si acabaran de salir de una película de cine negro, una película mala.
Ellos también me miraron. Esta vez no apartaron la vista. ¡Uf!, es como si
pudiera volver a ver su mirada aquí, en la oscuridad. El sonido del autobús en
la última parada. Desierta. En ese momento me acuerdo de la conversación con
Sofía:
- - Coge el puesto, cariño, no es sólo por el dinero…cuánto
más alto estés, más alto podrás llega.
- - Es que levantarse una hora antes que todo el
mundo… ¿Cuál es la gracia de ser jefe si tienes que llegar el primero? – me quejé.
- - No protestes, cariño, total, a esa hora estás ya
dando vueltas en la cama.
Ahora sé que lo hicieron aposta. Esperaron a que saliera.
Luego me siguieron. ¿Qué se hace en esta situación: corres, gritas, te agachas
a por una piedra,..? Tragar saliva, eso es básicamente lo que recuerdo haber
hecho. En un momento los tuve encima. Uno de ellos me agarró por el brazo. Miré
hacia el autobús por si todavía podía verme el conductor, pero era inútil por
la distancia y por lo cerrada que seguía siendo la niebla.
- -No tremas.
No hacerte danyo. Traer móvil.
- -¿El móvil? – repetí muerto de miedo.
Les entregué el móvil y la cartera y estaba a punto de
quitarme el reloj cuando ellos me levantaron en volandas y me llevaron a un
aparcamiento cercano. Antes de que me diera cuenta estaba aquí dentro.
-
- ¡¡¡Por favor!!! ¡¡¡Tengo niños!!!
Recuerdo sus caras. Recuerdo a Sofía despidiéndome esta
mañana.
Recuerdo a Manuel, el gerente, ayer, diciéndome:
- - Cuarenta añitos, jeje, y encima dejas la fecha
puesta en el Facebook. Pasado mañana ya la borras que a partir de esa edad ya
es indecente anunciarlo.
Todos rieron con ganas. Siempre tan bromistas. Los imaginé ahora, cuando vieran mi
cuerpo torturado en la prensa. Morir a los cuarenta es mucho peor que cumplirlos. Ahora lo sé.
El coche de pronto entró otra vez por una carretera
asfaltada. Calculé que habría pasado media hora. Mis compañeros ya estarían en
la puerta, extrañados de mi ausencia. ¿Preocupados? Sí. Nunca llego tarde.
Tengo que hacer algo. Debajo está la rueda de repuesto.
Quizás ahí. A ver,… sí, por este lateral puedo meter la mano… eso es, la llave…
está sujeta sólo por una pestaña. No voy a rendirme así como así, a alguno me
llevo por delante. Igual con la sorpresa puedo salir corriendo. El coche se
detiene. Escucho como salen ambos. Otros pasos. Más gente. Esto no puede ser,
han tenido que confundirme con alguien más importante o igual quieren pedir un
rescate a la empresa. ¿Risas? Malditos cerdos. Voy a sujetar la llave todo lo que pueda; que no se me caiga
o no tendré ninguna oportunidad. Se acercan. Me pongo en cuclillas, con el
brazo extendido y preparado. Abren el portón. Una gran luz me ciega. Salto al
exterior y golpeo con fuerza al sujeto que tengo enfrente. Le cruzo la cara y
cae hacia atrás. Echo a correr, no escucho a nadie salir detrás de mí. Estarán
apuntándome y a punto de disparar. Hago movimientos en zig-zag. De pronto mis
ojos comienzan a hacerse a aquella luz. Me encuentro ante una puerta… una
puerta familiar… la de mi empresa… Me vuelvo y veo a mis compañeros todos
callados mirándome asustados. El gerente está en el suelo con la cara
ensangrentada. Los “rusos” lo atienden. Ramón sostiene una tarta con dos velas encendidas. Entre otros
dos sostienen una pancarta: “Feliz Cumpleaños, jefe”.
lunes, 17 de septiembre de 2012
Arrepentimiento
La principal causa de mi indecisión actual se debe al
arrepentimiento. Antes era un soberbio engreído
que no encontraba motivos para pedir perdón por sus actos: no se los pedí a mi
amigo cuando le gasté aquella broma durante su boda, la de esposarlo a un enano
y tirar la llave a la basura; ni a mi ex-novia, cuando me encontró el mensaje
en el móvil a su amiga Rosa; ni siquiera a Pedro, mi antiguo jefe en el banco, después de
traicionar su confianza y vocear sus líos con las drogas, lo que me permitió
ocupar su puesto muchos años antes de que se jubilara. Todo me parecía
justificable, bien por los objetivos, bien porque los destinatarios eran, en
realidad, como nenazas malcriadas que no soportaban ninguna broma inteligente.
Hasta hace prácticamente un año, sólo miraba para adelante.
La vida me sonreía, no había persona o situación que tuviera control alguno
sobre mí. Me sentía dueño de mi vida y cada uno de mis gestos, desde anudarme
la corbata hasta atusarme el pelo, desprendían un halo de seguridad que bien podrían haber cotizado en bolsa.
Un sábado de abril toda esa aplastante seguridad en mí mismo
se desplomó. Una chica me abordó justo en la entrada del metro de
Ópera. Al principio pensé que iba a pedirme que le pusiera un autógrafo en el
pecho o algo así, pero su mirada parecía indicar lo contrario. Lo que ocurría era que el resto de las opciones ni se me pasaban por la cabeza. Mientras sonreía
como Justin Bieber, esperando a que se quitara el botón superior de su blusa,
me quedé sin reflejos para esquivar su movimiento. Introdujo su mano en el
bolso, extrajo un cuchillo y me lo clavó en medio del abdomen, justo sobre
el ombligo en el que me echaba las gotitas de Poivre, para que el descenso mordisqueante que recorrían las chicas desde mi pecho tuviera un toque de pimienta a mitad de camino.
Notaba sus dedos haciendo
fuerza sobre mi camisa, empujando para que penetrara hasta las entrañas. Esperé
que una luz cegadora iluminase el camino hasta el cielo, un lugar en el que
también tendría éxito, sin duda, pero la única luz que me llegaba era la de la
ira de sus ojos.
- - Es sorprendente, ¿verdad? - se limitó a decir.
¿Sorprendente? Sí, incluso, alarmante. Sacó el cuchillo, una
hoja de al menos diez centímetros, y la blandió ante mis ojos atónitos. No
había ni gota de sangre. Era uno de esos cuchillos que utilizan para las
películas, con hoja retráctil. Estuve tentado de ahogarla allí mismo, pero, sí,
la sorpresa me tenía paralizado.
- - El que se clavó mi padre sí era de verdad –
ahora, de pronto lloraba. Todo para mí era incomprensible.
Se dio media vuelta y
comenzó a correr, imagino que no se le ocurrió ninguna otra cosa mejor para
paliar su dolor. Ni siquiera aquella extraña venganza parecía haberla consolado finalmente.
Y allí, con la gente corriendo a mi alrededor, ajena a aquella posible tragedia, me dio por pensar en los motivos de aquella chica. Dudé. Por primera vez desde que vi a mi padre sustituir mi diente de leche por caramelos bajo mi almohada, dudé.
Quise salir corriendo detrás, pero no pude. Pedirle perdón, por lo que fuera que yo hubiera hecho. Dudar, pedir perdón. Mis hombros se volvieron resbaladizos, la cartera que colgaba en bandolera cayó al suelo y alguien, no sé quien, se inclinó y me la entregó. Me di la vuelta y comencé a bajar las escaleras del metro, cabizbajo. Había estado a punto de morir pero lo habían dejado en un susto, un susto terrible.
Desde entonces vivo en un arrepentimiento continuo, por todo lo que hice, por el daño que infligí. Llamé a todo el mundo para intentar encontrarla, saber quién se había suicidado a consecuencia de mis actos, pero nadie conocido había llegado a tal punto. Se limitaban a odiarme en lo más profundo y alguno me confesó que si pudiera me escupiría a la cara, pero sin más.
Me detenía a la entrada del metro de Ópera esperando que se presentara de nuevo, que consumara su represalia y acabara con este dolor, con esta indecisión permanente. Pero ella no apareció.
Mi nueva actitud no me granjeó nuevas amistados en principio, la gente se extrañaba de mi cambio de comportamiento. Mis jefes también lo notaron y no les gustó. Otro chico joven, seguro y sin contemplaciones les contó mi afición a chatear en horario de oficina. Cualquier cosa habría bastado; ellos necesitaban alguien con aplomo y sin escrúpulos.
Pronto me encontré al otro lado, junto a aquellos a los que había vilipendiado, a los que menospreciaba, que, para mi sorpresa, tardaron poco en perdonarme, más que yo a mí mismo, seguro. Me invitaron a una barbacoa. Y lo más gracioso es que fui. Una barbacoa con humos. Sí, definitivamente, era otro. La gente lo notaba y me trataba de manera diferente, con naturalidad.
Vendí mi casa en el centro y me mudé al barrio, al de buena parte de los chicos de la oficina. Aún así, no podía estar en paz conmigo mismo, había algo, no sabía qué desgraciadamente, algo que había echo a alguien y que no podía reparar. Esa carga me lastraba diariamente.
Hace unos días, cuando ya me había hecho a la idea de vivir sin más con esta incertidumbre, esperando a un compañero en la puerta del metro de Callao, la vi llegar. Las piernas me temblaron. Pensé que venía a consumar su trabajo incompleto, pero de pronto se detuvo ante otro hombre próximo a mí. Lo miré, vestía de Brione. Impoluto. Sólo las prisas justificaban que viajara en metro. Ella hizo exactamente lo mismo que conmigo. Sacó aquel cuchillo horrible y atravesó con su propio dolor el vientre tembloroso de aquel hombre de negocios. Él reaccionó de forma diferente. Salió corriendo despavorido. Sin mirar hacia atrás. Ella no tuvo tiempo siquiera para explicarle los motivos. Entonces giró la cara y me vio. Nos quedamos mirándonos un instante. Sus ojos seguían desprendiendo el fuego imperecedero de la ira. Luego se giró y se marchó sin más. Esta vez sin correr, sin llorar.
Comencé a entenderlo todo. Creí entenderlo, al menos. Ella no me había matado virtualmente a mí; nos mataba a todos, a desconocidos a los que asociaba con la muerte de su padre, mataba al sistema que había conseguido que su padre acabara suicidándose. Quería que supiéramos qué se siente, aunque sólo fuera por un instante fugaz y terrible, transmitirnos la sensación de ser objeto, en lugar de sujeto, de no tener el control sobre nuestras vidas, sino que dependa de lo que hayan decidido otros. Sí, elegí esa explicación. Quizá hubiera otras, pero esa me dio la paz suficiente para aceptar mi nueva vida.
Igual que la otra vez, estuve tentado para salir detrás de ella, esta vez para agradecerle que me abriera los ojos, que me convirtiera en este ser dubitativo, frágil, compañero,..humano.
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Cómo esquilar a una oveja
Estación de Cerro Muriano. Córdoba. 1966.
- - ¡¡López Rengel!!, ¡¡Gómez Abad!!,..
La voz del soldado resonó entre el bullicio de la estación. Iba soltando nombres de carrerilla, sin detenerse a escuchar la confirmación de la presencia de los nombrados.
Paco miró a su alrededor. Vio reflejada su cara en los rostros huidizos de sus camaradas.
- ¡Gómez Nieto!
Tras el sobresalto inicial al escuchar sus apellidos, se encaminó en la misma dirección que los otros, hacia el terraplén a las espaldas del tren, en la que un camión militar iba engullendo chicos hacia su trascendente destino.
Un rato más tarde, enfilaron el camino de las minas, rumbo al Cerro Muriano. El miedo le atravesaba los huesos más profundamente que gélido viento que se colaba por las lonas raídas.
Recordó a su padre en la estación, despidiéndolo. Más palabras juntas de las que le había dicho en prácticamente toda su vida previa.
- Te harás un hombre.
Paco miró a su alrededor. Vio reflejada su cara en los rostros huidizos de sus camaradas.
- ¡Gómez Nieto!
Tras el sobresalto inicial al escuchar sus apellidos, se encaminó en la misma dirección que los otros, hacia el terraplén a las espaldas del tren, en la que un camión militar iba engullendo chicos hacia su trascendente destino.
Un rato más tarde, enfilaron el camino de las minas, rumbo al Cerro Muriano. El miedo le atravesaba los huesos más profundamente que gélido viento que se colaba por las lonas raídas.
Recordó a su padre en la estación, despidiéndolo. Más palabras juntas de las que le había dicho en prácticamente toda su vida previa.
- Te harás un hombre.
Todos los hombres se construyen en la mili, antes
eres un hombre incompleto. Ningún rito curte más. Ni fumar Ideales, ni irte de putas. La mili te empequeñece hasta el punto de
resituarte en el mundo, de hacerte comprobar la verdadera dimensión de las
cosas. Desplaza el eje desde los ombligos hasta la periferia; desde sí mismo
hacia los otros. Obedecer te hace un hombre; obedecer sin rechistar.
Un chico alto, moreno, lo sacó de su ensimismamiento.
Un chico alto, moreno, lo sacó de su ensimismamiento.
- ¿Tú de dónde vienes?
- De Almendralejo.
- ¡Uf, mi primo dice que aquí a los de Almendralejo se las tienen jurada!
- ¿Quién es tu primo?- preguntó Paco.
- Un cabo primera - le respondió el chico.
-¡¡¡Vamos reclutas, moveros, que se os caen los cojones!!!
Salieron en tropel. De allí al barracón, del barracón al comedor, del comedor a pelarse.
-¡¡¡Vamos reclutas, moveros, que se os caen los cojones!!!
Salieron en tropel. De allí al barracón, del barracón al comedor, del comedor a pelarse.
La cola para el barbero le recordó a las ovejas. Su padre se dedicaba a esquilarlas desde siempre. A él le enseñó el oficio y seguramente él se lo enseñaría a su hijo también. Las primeras veces que le pasas las tijeras vas con miedo, luego, cuando ya has esquilado a cientos, el temor desaparece, al fin y al cabo eres tú el que esquila, el que tiene la herramienta, el que tiene el poder. La oveja bala, se lamenta inútilmente y tú cumples con tu deber, sin miramientos, sujetando bien a la bestia.
Veía salir uno tras otro, todos prácticamente iguales, hombres indistinguibles en su imagen y en su miedo. Los imaginó balando de impotencia.
La ropa, el petate, la litera de abajo, la taquilla sin candado, las botas, el chopo, el toque de corneta, la retirada. La noche, la primera temida noche.
En aquellos barracones recién estrenados ese año, el silencio nocturno castrense se podía cortar como el tocino sin veta del desayuno en el amanecer de la sierra. No pudo dormir. Oía las respiraciones a su alrededor. Todos expectantes. Unas voces al fondo, luego silencio. Al fin gimoteos, algo lejanos, intermitentes. Por la distancia y la dirección los ubicó en las letrinas.
-¡¡Firme y besa la fregona, digo la bandera!! - se escuchó con claridad junto a unas risas, un golpe, tortazos,..- ¡¡Bien besada, soldado, no querrás deshonrar a la bandera!! Eso es.., y ahora a casita, de vacaciones a ver a mami.
El sonido al meterlos en las taquillas. Un atisbo de rabia.
- Cántanos algo, Gutiérrez.
Las luces de un par de linternas iluminaban la taquilla, uno de los veteranos la zarandeó con fuerza hasta que desde su interior se oyó al recluta cantar algo, apenas reconocible, con voz trémula y suplicante. Luego silencio, por fin.
-¡¡Firme y besa la fregona, digo la bandera!! - se escuchó con claridad junto a unas risas, un golpe, tortazos,..- ¡¡Bien besada, soldado, no querrás deshonrar a la bandera!! Eso es.., y ahora a casita, de vacaciones a ver a mami.
El sonido al meterlos en las taquillas. Un atisbo de rabia.
- Cántanos algo, Gutiérrez.
Las luces de un par de linternas iluminaban la taquilla, uno de los veteranos la zarandeó con fuerza hasta que desde su interior se oyó al recluta cantar algo, apenas reconocible, con voz trémula y suplicante. Luego silencio, por fin.
Toda la mañana del día siguiente marcando el paso, dando una y otra vez golpes por el enfangado suelo del campamento, hasta coger el ritmo. El gallego, que iba delante no era capaz, lo perdía continuamente. Un alférez lo sacó de un manotazo de la fila y comenzó a darle tortas al mismo compás que el de los zapatazos con las botas recién estrenadas.
- ¡¡Así, vamos!!, ahora date tú, a ver si coges el ritmo de una puta vez gallego cabrón.
El gallego comenzó a golpearse a sí mismo, lo veían a cada vuelta allí, firme, con un temblor creciente y cada vez más impreciso.
En el descanso, el gallego permanecía mudo. La cara completamente alborotada por el pudor y el dolor.
En el descanso, el gallego permanecía mudo. La cara completamente alborotada por el pudor y el dolor.
- ¿Tienes dinero? - le preguntó a Paco, Álvarez, el primo del cabo primero.
- ¿Trece cincuenta?
- Eso es un dineral. Da para cuatro Torres 5 y todavía te sobra. Vamos.
Se puso junto a los demás en la cola del bar, hablando sin parar, hasta que les llegó el turno. Apenas se quedó con una moneda de dos cincuenta, el resto se lo gastó en coñac.
El alcohol le alivió el frío, le hizo sentirse en comunión con las ovejas esquiladas en perpetua procesión que lo rodeaban. El gallego bebió más, hasta el punto de que parecía haber olvidado la humillación que acababa de sufrir.
El alcohol le alivió el frío, le hizo sentirse en comunión con las ovejas esquiladas en perpetua procesión que lo rodeaban. El gallego bebió más, hasta el punto de que parecía haber olvidado la humillación que acababa de sufrir.
- Esta noche nos toca a nosotros - dijo Álvarez de pronto, con voz amarga.
- ¿Cuántos somos? - preguntó un chico tan bajo que Paco se preguntó cómo había logrado pasar la talla. No aparentaba 21, ni siquiera 18 años.
- Unos doce -respondió otro.
- ¿Y ellos? - insistió el chico.
Ellos. Nosotros. España era una. Una. pero aquí estaban Ellos y Nosotros. Y nosotros éramos más. Incluso el gallego, seguramente ebrio como nunca en su vida, podía llegar a esa conclusión.
- Cinco. Cinco veteranos cabrones -dijo Álvarez y se bebió su coñac de un trago, como si eso formara parte de su realidad cotidiana.
- Yo no quiero pasar la noche en la taquilla - se quejó Paco.
Todos rieron, liberados del miedo por el alcohol.
- Somos más - dijo otro mientras liaba un pitillo, como si acabara de contrastar dicha obviedad -, pero no sé de qué coño puede servir. Somos más pero todos acojonados. Y tú más, - señaló a Paco- porque me han dicho que eres de Almendralejo, y aquí a los de ese puto pueblo se las tienen jurada.
Con la última copa surgió al fin el valor suficiente para comprometerse con la sublevación. Eran más, aquello era injusto, ¿se necesitan más argumentos?
Tras pasar revista, se dirigieron a duras penas al interior del barracón, hacia sus literas. El toque de corneta anunció retreta, retirada. Apagaron las luces. Paco se durmió profundamente sin apenas detenerse a recordar el miedo ni el valor, que tan cercanos habían estado en tan escaso periodo de tiempo.
- ¡¡Despierta, mierda!!, el ejército te llama.
Un grajo le gritó al oído. Tuvo que repetírselo a empujones, hasta que lo arrojaron al suelo. La luz de la linterna lo deslumbró.
- Vamos. Toca jurar bandera, ¿querrás irte a casita con mami, no?
Lo condujeron sin oposición hacia las letrinas. Allí, a la luz de varias velas, atisbó al resto de sus camaradas de quinta, escasamente despiertos aún, al igual que él. Los pusieron firmes. Uno de los veteranos se paseaba delante de ellos, con las manos detrás de la espalda mientras soltaba un discurso aparentemente marcial. Otro sujetaba un sucio mocho de fregona como si fuera la misma bandera. El bajito giró la cabeza para mirar a sus compañeros, probablemente buscando una señal para actuar, pero el veterano que soltaba el discurso se detuvo ante él y le soltó un terrible guantazo en la nuca. El resto de veteranos soltaron una risotada cruel.
-¡¡Firmes, coño!! Tú tienes que ser de Extremadura, ¿a qué sí?
- No, mi... -titubeó el chico- mi...
- ¡¡Mi general!!
- No, mi general, soy de Sevilla.
- Entonces te vas a librar- sonó condescendiente-. Ven ponte aquí - lo condujo hasta un retrete -, mete las manos y procura sacar la esencia y al que no bese la bandera como es debido se lo restriegas en la cara, ¿lo has entendido, sevillano?
- ¡Sí, mi general!!
Doce. Ellos cinco. Paco se escuchó a sí mismo gritar.
- ¡¡Ahora!!
Impulsados por la sorpresa, los otros se abalanzaron detrás de él, con el arrojo previsto, libres para hacer justicia y enderezar la situación. Desconcertados, los veteranos no tuvieron tiempo para reaccionar. Los tumbaron en el suelo como a ovejas y comenzaron a esquilarlos, uno a uno,.. ¿a esquilarlos?
- ¡¡¡Tú, mierda, despierta de una puta vez, que ya sólo faltas tú para jurar bandera!! ¿Querrás volver a casita a ver a mami, no?
La voz ronca del soldado lo devolvió a la realidad. Paco abrió los ojos hasta hacerse a la escasa luz de las linternas. Cerca, algunos de sus compañeros encerrados en las taquillas entonaban canciones supuestamente alegres. Mientras se dejaba conducir sin resistencia a las letrinas, un sentimiento de esperanza comenzó a alojarse en su interior: había sido capaz de soñar la liberación.
martes, 14 de agosto de 2012
La solución
“Mamá nos dejará el dinero para la hipoteca este mes… bueno,
los que hagan falta”. No puedo dormir. A cada vuelta en la cama, la imagen de Carmen
diciéndomelo me hace más daño. Intento recordar a esa otra persona ahora tan
lejana, esa especie de fantasma desvaído, aquel al que ascendieron en el
trabajo por tantas horas de dedicación, el que hacía planes para los fines de
semana, para las vacaciones, para reamueblar la casa, para cambiar de coche,…
Todo me parece ridículo, inverosímil, ajeno. Nada tiene sentido. Me levanto y
me voy al salón, como cada noche de todos estos últimos días.
- - No te preocupes, Felipe, ya sabes que este
dinero era para vosotros. Al fin y al cabo no tengo a nadie más y tú tampoco.
El dinero, la casa,.. al final todo será para vosotros y las niñas.
La imagino en el banco, ingresando el dinero: "Es para ayudar a mi yerno, el pobre".
Ahora viene todos los días, incluso cuando está averiado el
ascensor sube hasta la quinta planta a pie. Es como si fuera uno de esos “hombres
de negro” que dicen los periódicos que vendrán a vernos después del rescate.
- - ¿Has mirado en lo de las frambuesas, hijo?
Sí, madre, he m-i-r-a-d-o. Básicamente me han dicho que no
sirvo para recoger frambuesas, que lo mío son las oficinas y agachado, a pleno sol, no aguantaría
ni dos días. “Fíjate en esa rumana – me dijo convincente- recoge más en dos
horas que tú en dos días, y encima, ya sabes, si hace falta algo más,.. lo hace”. “¿Y en el almacén?”, le pregunté obviando su
comentario. “En el almacén, la familia. La familia es lo primero”.
- - La familia es lo primero – confirma mi suegra.
Carmen no me entiende. No comprende cómo afecta a mi
dignidad. “Ella insiste para que no te duermas, como te salió tan mal lo de la
telefonía”. “Ser comercial así es perder todo crédito para el futuro; tienes
que estar engañando a los clientes continuamente, ocultando información clave,
dando largas,.. No podría volver a ejercer de comercial para ninguna otra cosa,
¿comprendes?”. “Ya - me dijo con condescendencia – ya”.
Me retuerzo por las noches buscando soluciones. He quitado
del currículum todo lo que podría provocar rechazo en el empresariado. Incluso he
sacado los restos de cemento de un saco y he metido las manos para curtirlas,
para borrar los dedos de oficinista, para eliminar todo lo que pudiera delatarme.
Este es el último mes que podemos permitirnos tener
internet. He aflojado las bombillas del salón salvo una. Por la tarde, mi
suegra nos trae la cena. Entra a la cocina y cuando pasa por el salón me
pregunta: “¿Cómo ha ido hoy?”, “He hablado con…”. Siempre he hablado con
alguien, pero en realidad, hace ya unos días que no hablo con nadie. Ni
siquiera salgo. Carmen se lleva a las niñas a la calle, a huir de la asfixiante realidad de nuestras paredes y
sacarlas un poco. Yo le digo que iré a mirar una cosa, da igual qué, me arreglo, me
retraso un poco mirando en internet, pero luego me quedo en el sofá mirando la
televisión sin ver nada concreto, indolente, abatido, vencido.
Después de la pregunta-martillo, ella se asoma a la ventana, a
esperar ver llegar a su hija y a sus
nietas, a saludarlas desde aquí arriba. Carmen está cansada de decirle que no saque tanto el cuerpo, que es un peligro, pero ella se ríe, “Cómo va a ser un
peligro, a ver si te has pensado que soy un vejestorio”
Noto que se va adueñando de nuestro espacio a medida que yo
empequeñezco. Y ella ahí, asomada, henchida como un pavo real, dueña de mi
futuro, con su miserable pensión, pero con los ahorros que le dejó su marido
-el que supo marcharse a tiempo-, su coche híbrido y silencioso (“Ni te enteras
de que vas conduciendo, ¿verdad yerno?”), su piso con esa terraza enorme, la casita en la playa… todo lo que
“algún día será vuestro”. Algún día. La miro volcada sobre el alfeizar, tan
frágil. Entonces lo comprendo. Me levanto impulsado por la esperanza de acabar
con mis problemas al fin y avanzo sigiloso hacia la solución.
miércoles, 6 de junio de 2012
Bosque de hayas
Un grito inhumano rompió la noche hasta colarse en sus
entrañas. Saltó de la cama de forma inconsciente, intentando aferrarse al marco
de la puerta que daba al cuarto de baño, pero se encontró con la pared desnuda.
En la penumbra, desorientado aún, recordó que no se encontraba en su
apartamento. Con la pálida luz que entraba por la ventana, intentó escudriñar aquel espacio ajeno y extraño hasta acertar a verla incorporada sobre la
cama, con su camisón de algodón blanco empapado en sudor. La mirada perdida al
frente. Luego observó cómo giraba la cabeza hacia el lado de la cama en el que
él había estado hasta ese momento, como si estuviera buscándolo. Se quedó así
un instante, sin hacer ningún otro gesto, aparentemente tranquila.
No quiso despertarla, más que calmarla a ella de su
pesadilla, necesitaba tomar aire. Se acercó a la ventana y tras correr los
visillos a un lado, la entreabrió. Asomado al exterior, la oscuridad abrazaba
la casa de una manera asfixiante. El movimiento de las nubes en torno a la luna
convertía la noche en un bosquejo de claroscuros intermitentes. El aire frío y húmedo se introdujo en la habitación
sin que él hiciera nada por evitarlo.
Sintió nostalgia de la polución envuelta en los sonidos de los coches y de los sonidos de transeúntes trasnochadores. Pero
ella necesitaba alejarse, alejarse… no estaba seguro de que hubiera sido buena
idea. ¿Cómo puede alejarse uno de la muerte de su propio hijo? ¿Cuánto tiempo
hace falta? Detuvo los pensamientos y se centró en intuir el bosque de hayas al fondo, buscando encontrar algo que hacer
al día siguiente, algo que hacer con ella, pasear, recoger bayas,…
Una imagen fugaz le produjo un sobresalto. Le pareció verla
cruzar corriendo desde la casa en dirección al bosque. Se giró, buscó el
interruptor de la luz de la mesilla y la encendió. La cama estaba vacía. Tocó
las sábanas. Estaban empapadas. La puerta de la habitación abierta. La llamó.
No obtuvo respuesta. Repitió, esta vez más alto. Se coló las zapatillas y se
dirigió al salón. Encendió la luz. La puerta de la calle estaba abierta
también. Sintió de nuevo el frío del viento de la noche sobre el rostro, pero
esta vez no le supuso un alivio. Se apresuró a salir. Desde el porche volvió a
llamarla. “Dios mío”, se escuchó a sí mismo decir
en voz alta. Un extraño presentimiento le hizo acercarse a la chimenea y coger
el atizador que colgaba del soporte de hierro forjado. Salió afuera y comenzó a andar hacia el bosque de hayas.
Notó una punzada en el pie derecho. Sólo entonces se dio
cuenta de que estaba descalza. Miró a su alrededor y apenas pudo ver nada. La
noche la rodeaba. Se sintió acorralada en medio de la oscuridad, presa de un miedo
que se había sustanciado en una rama rota clavada en su pie desnudo. Imaginó
que estaba dentro de un sueño y quiso despertar, quiso abrir aún más los ojos,
gritar su nombre, aferrarse a sus manos firmes y tiernas. Quiso que nada de
aquello hubiera pasado, quiso decirle que lo necesitaba, pedirle perdón por
haberlo arrastrado con su dolor,… Sintió el deseo de volver a recuperar la vida.
Le pareció escuchar un ruido, un ruido
de ramas al crujir. Podría ser él, que había salido a buscarla. Intentó llamarlo
pero la voz no le salió de la garganta, posiblemente contraída por un espasmo de frío, pensó. O quizás ya no podía
hablar. Hacía tanto tiempo que estaba encerrada en su silencio. Entonces se agachó,
alcanzó una rama a tientas y acercándose a un árbol, comenzó a golpear una y otra vez contra su
tronco.
“Aquí, aquí”, se imaginó gritando. Detuvo los golpes y aguzó
el oído. Nada. Silencio. Tenía que esforzarse, vencer el dolor, avanzar en
alguna dirección, eso le dijo la psicóloga, tenía
que avanzar en alguna dirección. El frío le calaba los huesos y la tierra
húmeda y las ramas cortadas bajos sus pies le hacían dar saltitos con los que
se sintió ridícula. Una emoción. Se lo diría luego: “Por fin siento algo”. De
repente lo oyó, lo oyó cerca, gritando su nombre, pero el tono de la voz le
produjo una extraña sensación. Parecía enfadado, como quien busca a alguien que
se ha escapado desobedeciendo una orden estricta. A pesar de ello echó a correr
hacia la voz, ajena ya a cualquier molestia. Pronto se tuvieron a la vista. Un
hueco de luz de luna filtrado entre los
árboles se alió con el encuentro
situando el foco entre ellos. Ella estaba más cerca y llegó antes. Se detuvo
allí a esperarlo a él. Tiritando de frío y de alegría. Conforme entraba en el
espacio más claro pudo contemplar su rostro, serio o quizás triste o…No le
resultó familiar su expresión. Luego observó su mano. Los nudillos marcados
empuñando un hierro largo acabado en punta, como un arpón de pesca. Ahora sus
ojos le parecieron amenazadores. Quiso eliminar sus temores, abrió los brazos
extendiéndolos hacia su amado. En un gesto rápido, él impulsó el hierro hacia
atrás y se lo clavó de un golpe seco y duro en el vientre, justo debajo de las
costillas.
El grito de dolor la devolvió por fin a la realidad. Fue un
grito liberador. Se encontró incorporada en la cama, sintiendo el sudor
empaparle el camisón. La mirada perdida al frente. Su corazón latía con fuerza
en su pecho. Giró la cabeza buscándolo a su lado. Allí estaba. Dormido aún. Se
sintió reconfortada. No quiso despertarlo. Quizás vendría bien tomar un poco el
aire de la noche, despejarse. Sin encender las luces se dirigió al salón, abrió
la puerta. Miró a lo lejos. A ratos la
luna se colaba entre las nubes dibujando la silueta de un regimiento de hayas del bosque cercano. Comenzó a andar hacia ellos.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Palmera de chocolate con forma de corazón
A Isi la dejó su novio un día ventoso de abril. Se lo
comunicó en la cafetería, cuando estaba ya a punto de hincarle el diente a la
palmera de chocolate con forma de corazón remojada en ColaCao templado. En ese momento, Enrique se
echó hacia delante y le dijo:
- - No puedo seguir contigo.
Así, sin más. Petrificada, un trozo de palmera cayó sobre el
ColaCao salpicando su blusa de florecillas primaverales. No pudo articular
ninguna palabra, él tampoco parecía capaz de dar más explicaciones.
- - Lo siento – concluyó antes de levantarse y
dejarla destrozada, contemplando los restos de
palmera de chocolate.
Desde el otro lado del bar, Lorenzo vio la escena. Estuvo tentado de acercarse a consolarla
cuando observó que comenzaba a llorar, pero no se atrevió.
Isi entró en un estado depresivo. Recomponía minuto a minuto
los últimos meses de su relación buscando en qué se había equivocado, qué podía
haber hecho o dicho que hubiera provocado aquella decisión. Ninguno de sus intentos para que Enrique le explicara algo tuvieron
éxito. Él no atendía a sus llamadas, la eliminó de su Facebook y empezó a colgar fotos en su muro
en las que aparecía como si acabara de salir de Alcatraz. Tras tres meses de
baja seguía llorando como el primer día, pero decidió solicitar el alta y
compartir su llanto en la oficina. Por las tardes iba a la cafetería, pedía
ColaCao y una palmera de chocolate y al final de cada taza, comenzaba a
temblarle las manos que la sujetaban y no podía acabársela. Terminar esa
merienda eterna y dejar de llorar se habían convertido en sus objetivos en la
vida.
Cuando el ensimismamiento lo permitió, una tarde de finales
de verano, se fijó en el chico de la
barra. Mientras lo observaba, él, repentinamente se giró y sus miradas se
cruzaron un instante, el tiempo que, azorada, tardó ella en volver la vista
hacia la ventana a través de la cual se presentía el otoño. En los días
sucesivos las miradas y la duración de las mismas fueron en aumento. Una tímida
sonrisa de esperanza comenzó a asomar en los labios de Isi. La complicidad se
fue apoderando de ambos y otra tarde, cuando el viento volvía a desnudar los árboles, él decidió acercarse aprovechando la cercanía del camarero.
- - ¿Puedo sentarme? – le preguntó con un halo de certidumbre mal disimulado.
“Puedes amarme, incluso”, pensó ella.
- - Claro – dijo sonriendo.
Él cogió un par de bombones que el camarero traía
gentilmente en su bandeja y se los ofreció a ella como presente para completar
el rito de acercamiento. La música comenzó a sonar en su cabeza, la serotonina
inundaba sus circuitos neuronales bailando el vals de la ilusión.
Aquella noche de abril, Lorenzo no pudo dejar de pensar en la
chica. Se inventó cientos de conversaciones en ninguna de las cuales conseguía
consolarla:
Primer ensayo:
- ¿Y cómo sabes tú – “tú” sonaba con acritud- si lo merece o no?
Segundo ensayo:
- ¿Quién ha pedido tu opinión?
-
Tercer ensayo:
- Métete la chocolatina por …. (¡¡¡No, no, no lo digas ni en sueños, o no podré mirarte a la cara de
nuevo!!!)
Ensayo n:
“Voy a
intentar dormir”
Durante tres largos meses ella no volvió a aparecer. A pesar
del tiempo, Lorenzo permanecía fiel a la esperanza. No tenía a nadie más a
quien guardarle fidelidad. De pronto un día regresó. El corazón le dio un
vuelco de pre-enamorado. Un vuelquecito, quizás; no quería entusiasmarse
todavía. Pidió lo mismo de siempre, pero era otra. Su mirada estaba perdida y
su rostro reflejaba el peso de su lucha interior. Él buscaba sus ojos con
frecuencia, un contacto que permitiera abrir la puerta, pero para ella no
parecía existir nadie fuera de sus recuerdos. Sin embargo, la cercanía
alimentaba sus fantasías, y ni siquiera aquella obcecada tendencia al ensimismamiento
que observaba en su amada –a estas alturas podemos ya decirlo así: su
amada- extinguía sus deseos de ser
correspondido.
Una mañana de otoño, al volverse hacia la mesa, la
sorprendió bajando la mirada. Esta vez las palpitaciones consiguieron
ruborizarlo. Los días siguientes fueron la confirmación del cambio, ella
levantaba la vista hacia la barra, probablemente para disimular, él ya mantenía
la vista fija en ella, sin miedo. Su rostro había cambiado, volvía a ser
aquella chica que comía palmeras de chocolate mojadas en ColaCao como si acabara
de descubrir el sentido de la vida en el proceso.
Por fin se decidió a acercarse, cogió dos chocolatinas de la
caja y las puso en un platillo cubierto con una servilleta. Ya en la mesa, a
punto de ofrecérselas, otro cliente habitual se le adelantó. Lorenzo se detuvo extrañado.
- - ¿Puedo sentarme? – le escuchó decir.
La miró a ella, esperando una respuesta indignada, deseando
que rechazara la petición para poder quedarse a solas con él. Pero lo que
escuchó en realidad fue:
- - Claro – arrastrando el permiso con una sonrisa
de complacencia que le atravesó el corazón.
El cliente cogió con descaro las chocolatinas y le pidió con
la mirada que se alejara. Luego ella, ante su inmutabilidad, también lo miró,
pero no con la mirada que imaginaba, con la que soñaba cada noche, sino con otra
cruel y distante, de despedida, con otra que decía algo como: “Váyase, por
favor, señor camarero, ¿no ve que interrumpe?”
Mientras se arrastraba hacia la barra con la bandeja bajo el
brazo, un blues comenzó a sonar en su cabeza.
miércoles, 9 de mayo de 2012
Rescoldos del pasado
Mientras Pável esperaba a su víctima se entretuvo rascando la
tapicería del salpicadero de su viejo Skoda. Recordó a su padre agujereando el
sofá de sky con sus dedos huesudos, sacando trocitos de foamex, una espuma
amarillenta y apulgarada que esparcía por el suelo con la misma inconsciencia
con que la extraía.
Con la uña logró por fin hacer un pequeño orificio, pero se
detuvo e intentó camuflarlo pasando la palma de la mano varias veces por
encima. Miró el reloj. Luego miró hacia la esquina por la que debería aparecer. Volvió a mirar el
reloj. Luego otra vez hacia el mismo sitio. Finalmente, sin darse cuenta, sus
dedos estaban desenterrando de nuevo el hueco del salpicadero. Esta vez no se
detuvo. Abandonada la lucha por controlar su impulso, pudo dedicarse a una
segunda tarea. Se tocó la barba rala. Le gustaba esa sensación de duro que da
el vello hirsuto. Su padre tenía una barba suave, larga, agreste, blanquecina. Recobró en su memoria el halo de
perdedor que aquella barba imprimía a su
rostro avejentado.
Entrecerró ligeramente los ojos y dibujó una mueca
aterradora –la imaginó aterradora-. Su
padre lo miraba con el ceño fruncido para reprocharle su inactividad: “Nunca
llegarás a nada, Pável. Mira a tu primo Sergey, ya ha ganado una medalla al
mérito en el trabajo”. “Pero a mí no me gusta…Yo no…”, protestaba él. “¡No me
repliques, no me lleves la contraria!”. El recuerdo inflaba las venillas de sus
pómulos que se esparcían por su cara como raíces del árbol
del odio. “Compara esto con la medalla, viejo mamón” - se oyó decir a sí mismo
mientras acariciaba la culata de su Magnum – “A ver qué da más dinero. Nikolay,
maldito vejestorio, -siguió mascullando para sí mismo pavoneándose – mírame ahora:
todas las medallas están ya en los
anticuarios y yo me cago en todas en ellas, en ti y en tu sobrino Sergey”
El dedo horadaba despiadadamente la tapicería, de pronto oyó
un ruido y se puso alerta. Parecían unas
llaves al chocar contra el suelo. “Debe ser él”. Se bajó del coche y se metió
la pistola en el bolsillo del tres cuartos. Un hombre buscaba las llaves en la
acera.
- - No te molestes – le dijo Pável con aspereza.
- - ¿Qué..?¿Las has encontrado? – preguntó el hombre
agradecido.
- - No, quiero decir que no te van a hacer falta – respondió él recreándose con
crueldad en la situación.
El hombre lo miró extrañado desde el suelo, se levantó
lentamente, entrecerró los ojos para poder acertar a ver las facciones de su
interlocutor bajo la tenue luz de la farola.
- - ¿Pável,… eres Pável, el hijo del camarada Nikolay?
– el hombre se acercó confiado-. Me has asustado, pensé que eras uno de la
mafia… ya sabes que nos la tienen jurada a los del sindicato… Vengo de la
concentración…
Las mejillas recobraron de nuevo el serpenteo del odio
subiendo desde las entrañas. Sacó la pistola y apuntó a la víctima que dio un
paso atrás asustado.
- - ¿Qué vas a hacer? ¿Te has vuelto loco?
Mientras quitaba el seguro se percató de la medalla que
colgaba sobre el gabán del hombre, en el lado izquierdo del pecho. Se acercó
hasta poder colocar el cañón de la pistola sobre la hoz y el martillo y sin
mediar palabra disparó a quemarropa. El impacto tan cercano desplazó al hombre
hacia atrás cerca de un metro. Pável se quedó un instante mirándolo tendido en
la acera. Los músculos se contraían en unos estertores agónicos. Lo dejó
apagarse en su propio dolor mientras volvía
con parsimonia al coche. Ya en su interior, giró la llave del contacto y enfiló
lentamente la avenida Riga, que se
abría una esquina más abajo de donde se encontraba.
Las calles continuaban desiertas. Desde el fondo de la avenida, cerca de la
plaza Pushkin
se escuchaban unas voces que coreaban unas consignas. Grupos dispersos
aparecían a lo lejos portando banderas
recogidas.
“¿Cuando acabarán de una vez, cuándo se enterarán de que las
cosas han cambiado?”, se preguntó Pável desviándose hacia una transversal.
jueves, 26 de abril de 2012
El niño que convirtió una playa en un desierto
A todos mis niños con TDAH
Pablo se tiró a la piscina dispuesto a probar sus nuevas
gafas de buceo. En el fondo vio un tapón negro con una anilla. Metió su dedito
dentro de la misma y tiró con fuerza. Unos minutos después, todos los niños
estaban jugando al futbol en el fondo de la piscina sin agua. Los padres
protestaban y el encargado de tomar medidas contra los disturbios anotaba en
una hoja el nombre del infractor.
Después de aquello, a Pablo le pegaron una pegatina en la frente que rezaba:
PROHIBIDA LA ENTRADA
A TODAS LAS PISCINAS
Así que sus padres decidieron llevárselo al lago.
En el fondo del lago había muchas piedras y Pablo tuvo que
ir levantando cientos de ellas hasta descubrir el tapón. Lo demás fue igual de
fácil: tirar de la anilla y esperar. Boquiabiertos, los peces anaranjados zigzaguaban a ritmo de esto es el fin sobre las piedras desnudas.
El pescador de salmones llamó urgentemente desde su
Smartphone y la guardia de lagos dulces se presentó más indignada que rápida.
Sobre la misma pegatina - puesto que el fondo para pegatinas
del Instituto de Lagos y Pantanos se agotó en febrero – los guardas anotaron a
mano la siguiente prohibición
PROHIBIDA LA ENTRADA
A TODOS LOS LAGOS Y A TODOS LOS PANTANOS
Así que sus padres decidieron llevárselo a la playa.
Cuando llegaron a la playa, lo primero que hizo Pablo fue
preguntarle a un señor que estaba sentado encima de una torre de madera extremadamente
alta:
- - ¡¡Señor, señor!! – gritó- ¿Esta playa tiene
tapón?
- - No, hijo, las playas no tienen tapones; tienen mareas.
- - ¿Y la marea tiene tapón?
- - No. Las mareas van y vienen – respondió de nuevo
el señor de la torre.
- - Pero
-insistió Pablo con la voz desgarrada por la urgencia- ¿Por dónde se
marcha la marea?
- - Por allí – señaló el horizonte con seguridad
desde lo alto-, siempre en aquella dirección.
Pablo se colocó sus gafas de buceo y salió corriendo detrás
de la marea, que iba en dirección contraria a las olas. Puso en marcha el
limpiaparabrisas para librarse de las algas que disminuían su visibilidad, y apenas
llevaba diez minutos buceando cuando
encontró una gran anilla pegada a un tapón con forma de cangrejo ermitaño. Tiró
de ella con la fuerza que da la ilusión del descubrimiento y se sentó allí
mismo a mirar como la marea cambiaba el suave vaivén por una huida apresurada
hacia el ojo del huracán que acababa
de abrirse.
Cuando el agujerito se tragó a todos los peces y a todos los
cangrejos y el agua había desaparecido por completo, Pablo volvió
a colocar el tapón, se puso de pie y saludó a todos los veraneantes que corrían
hacia él, estruendosos y ¿entusiastas?, moviendo los brazos alborozados para poder compartir la alegría de encontrarse con
un erial de arena infinita justo donde antes estaba la playa.
martes, 17 de abril de 2012
En mi cabeza ... (primera versión)
En mi cabeza siempre suena una canción de Edith Piaf, un gorrioncillo triste que me empuja hacia el pasado. Marlene, la prostituta francesa de la esquina, no sólo las tiene en la cabeza, sino que en lugar de masticar chicle, canta sus canciones. Por eso a ella la llaman, la melancólica. Es muy bajita y enclenque, casi un suspiro en medio de esas rubias del este que bracean como jugadoras de la NBA a su lado.
Marlene fue mi novia. Durante una tarde al menos, fue mi novia. Sentados en la esquina de Callao, sobre el cartón desmantelado del embalaje de un frigorífico, nos prometimos todo lo que nos permitió la botella de Cacique que le entregó como propina su último cliente. Se dejó dormir apoyada en mi hombro. Esa día cogí más dinero del habitual, pero no el suficiente como para que lo nuestro perdurara.
Se despertó sobre las doce de la noche, justo a la hora de empezar a trabajar. Miró al perro. "¿Cómo has dicho que se llama el chucho?". "Quince", le respondí. Acarició a Quince con dulzura mientras miraba la taza con las monedas. "Hay por lo menos diez euros", le dije animado. "Por diez euros no hago yo ni una paja", adujo ella, desmontando mi ilusión transitoria. Abrió su bolso plateado, sacó un pintalabios gastado y se dibujó unos labios postizos de un rojo alarma que me impresionó. "Me voy a lo mío. Adiós". De buena gana hubiera ido detrás de ella, pero si dejas un rato la esquina viene otro y te la quita.
Una prostituta casi enana, un mendigo triste y un sucio perro callejero. Farolas. Otras farolas más, casi como un añadido del mobiliario urbano. Inadvertidas sombras que sirven de contrapunto en el vaivén cotidiano.
Hay una pequeña lucha previa a la aceptación. Durante el forcejeo te dedicas a encontrar sentido, un nuevo sentido a las cosas. A ordenarlas. Contar, encontrar secuencias lógicas. Treinta farolas, doce policías, veintiséis putas: veinticinco rubias y una morena. Un perro abandonado en la farola número quince. Una puta que no se tiñe. Ocho calles, dieciséis esquinas. Media hamburguesa de pollo con chédar que una niña anoréxica decide dejar sobre mis rodillas en lugar de en la papelera. El abismo. El abismo de los otros.
Hubo un tiempo en el que yo también formaba parte de lo visible. Estudiaba, amaba y era amado. Tenía llaves en el bolsillo. Restregaba las penas, las dudas y las esperanzas sobre un colchón mullido cada noche. Hubo un tiempo en el que Edith Piaf sonaba en un cd.
martes, 20 de marzo de 2012
Penélope
Hubo un tiempo en que esto me importaba. Quiero creer que hubo un tiempo en el que me importaba, rectifico.
Te dejé la nota en el frigorífico, sujetada por el imán ese horrible que trajiste del viaje a Roma. La leí un par de veces y pensé que no era justo dejarlo con una nota tan concisa y fría. "No aguanto más". Eso ponía. Igual esta otra nota, esta vez debajo del jarrón de imitación persa, también te parece fría, aunque no tan concisa. A lo mejor a esta altura ya la has arrugado y convertido en pelota de papel, e incluso has intentado hacer canasta de tres sobre el paragüero irlandés (¿merecía la pena venir cargado con eso?).
No creo que si me hubiera quedado a contarte que me iba, hubiera cambiado gran cosa. A lo mejor habría llorado, porque ya sabes que tiendo a dramatizar. No. No habría llorado. Ya no lloro cuando pienso en la posibilidad de acabar con lo nuestro. Es triste, ¿no?
Sospecho que los congresos existían antes que yo, que los cursos, las conferencias, los simposio, las mesas redondas, los debates,.. las ciudades de los cursos, las conferencias, los simposio, las mesas redondas, los debates,.. las líneas aéreas que te han llevado a las universidades de los cursos, las... Imaginé que yo era tu último destino. ¿Recuerdas cuánto luchaste por conquistarme? ¿Te dieron una excedencia las universidades, tu público, los editores,..? Dejé a mis amigos, a mi ciudad, mis proyectos,..
Mientras escribía esto he levantado la vista y me he encontrado con la escultura etíope. Pasé revista entonces a todo lo que me rodea, esos recuerdos de tus viajes. Te podrías haber traído cucharitas con el escudo de la ciudad, ¿no? Ahora estarían metidas en un cajón, olvidadas, invisibles, sin recordarme que soy otro objeto, un recuerdo de algún viaje que alguna vez, al contemplarlo te traerá un vago sentimiento de nostalgia.
lunes, 5 de marzo de 2012
Si no fuera por la niña
Le dije a mi mamá que yo no quería crecer. Si crezco el mundo desaparecerá. Ella me abrazó y me dijo que eso nunca sucedería, pero que ella tampoco quería que yo creciera. Si somos dos seguro que lo conseguimos, pensé yo.
Marta escucha a su madre decirle a su padre muchas veces: "Si no fuera por los niños..". Cuando me preguntó qué significaba yo no fui capaz de explicárselo, porque mi madre también le suele decir a mi padre algo parecido: "Si no fuera por la niña...". Marta es muy tozuda y nunca se queda sin entender algo. Esa mañana le preguntó a la seño qué significaba: "Si no fuera por los niños..." y la seño le explicó que significaba que: "Si no fuera por los niños el mundo desaparecería".
Estuvimos tristes muchos días. Fui con Marta a su casa a explicarle a su madre lo que iba a suceder, pero su madre le dio una explicación muy extraña, como cuando a una le mienten. "No te preocupes, cariño, eso se lo digo a papá cuando él me dice que me ha hecho un ping a mi inteligencia y no le ha dado respuesta", "¿Y qué es un ping mamá?". "Eso se lo preguntas a tu padre, el in-for-má-ti-co", le dijo ella así, en ese tono de me tiene harta o algo por el estilo.
Así que decidí explicarle a mi madre por qué no iba a volver a comer. Si no como no crezco. Y si no crezco el mundo no desaparecerá.
Hasta hace poco yo sabía cuándo estaban tristes o alegres mis padres por sus ojos. Ahora no me miran tanto, casi todo el tiempo están recordándome lo que tengo que hacer, así que ya sólo puedo adivinar cómo se sienten por el tono. El tono es la forma en que decimos las cosas. Cuando su hermano quiere un juguete de Marta, ella le habla en un tono de ja,eso te crees tú, pero su hermano no domina todavía el lenguaje de los tonos y entonces le da una patada y se lo quita. Los adultos no pegan patadas, ellos saben mucho de los tonos.
Si tú y yo utilizamos los mismos tonos es que estamos en sintonía. No es fácil sintonizar. Mi padre dice que lo importante entre las personas es la sintonía y mi madre le dice que sintonice más en casa y menos en la calle, y al rato siempre acaba gritando eso de: "Si no fuera por la niña..."
- Papá, ¿yo sintonizo? - le pregunté a mi padre, más tranquila una vez que supe que mi madre me iba a ayudar en el plan de no crecer.
- Tú eres lo mejor del mundo, cariño. A ti no te hace falta sintonizar.
Me quité un gran peso de encima. Esa noche volví a soñar con las miradas alegres de mis padres.
martes, 28 de febrero de 2012
4.¿Y si mi madre tenía razón?
Los dos pilares de mi infancia
no fueron mi padre y mi madre, sino mi madre y Spiderman. Una tía de la familia
venía periódicamente a casa con tebeos de este super-héroe. Se los quitaba a su
hijo porque decía que lo estaban "atontando". Mi madre podría haber
entendido que prefería atontarme a mí en lugar de a su hijo, pero no pareció
importarle que eso sucediera.
Mientras ellas hablaban yo devoraba los nuevos episodios. Más
que su lucha contra el mal, lo que me interesaba era la relación humana de
Peter Parker. Odiaba al Duende Verde por haberse cargado a la primera novia del
hombre araña, Gwen Stacy, la hija del policía que conocía en secreto la
identidad de mi héroe. En medio de ese dolor conoció a la periodista Mary Jane.
La verdad, Guendolina me gustaba más que MariJuana, pero por aquel entonces no
me distanciaba lo suficiente del texto como para caer en observaciones tontas
como ésta.
Aquellos tebeos, junto a la ya citada persistencia de mi
madre por alejarme del mal, consiguieron que me fuera metiendo en un mundo
imaginario frente al cual el real no podía hacerle sombra.
Más de veinte años después, cansado de las insatisfacciones
de la vida, de la mezquindad con que quién sea reparte la felicidad, decidí
hacer un viaje final. En lugar de al corazón de las tinieblas, elegí el que me
recomendó mi agente de viajes:
- Si buscas tienes que ir al único sitio en el que podrás
encontrar.
No
sé si es una frase preparada para todos los que tienen dudas sobre dónde ir y
la cartera dispuesta a dejarse aconsejar, pero a mí me funcionó. Fue justo lo
que necesitaba oír.
Rumbo
al país del dolor de cabeza, como lo llaman los chinos, el pequeño grupo de
españoles apenas intercambiamos una palabra entre nosotros. Yo me senté junto
al guía, que pareció dispuesto a reservar toda la energía para la llegada y se
durmió en cuanto la azafata hizo el último gesto señalando cómo poner el
respaldo en la posición deseada. En el balanceo abrupto del avión entre las
nubes, reclamaba la atención la voz compungida de una chica que no paraba de
preguntar. No alcancé a oír lo que decía pero su tono sonaba verdaderamente
triste.
Llegué
a Katmandú completamente destrozado. Hice unas compras necesarias,
descansé y me dispuse a continuar. La mayoría de los pasajeros se quedaron
allí, sólo unos pocos seguimos hacia Lhasa, desde donde nos preparamos
para el objetivo del viaje. Sólo una pareja más nos acompañó, las otras tres
personas se quedaron en Lhasa, en un mercado polvoriento, comprando
medicamentos para curarse lo que se supone que no puede curarse en ningún otro
lugar del mundo. Pensé que quizá a ellos les duraría más la ilusión que a mí,
pero hasta entonces necesitaba imaginar que estaba en las puertas de la
respuesta final. El abotargamiento del viaje llega a hacerte dudar.
Por
la tarde ya le había contado prácticamente todo a aquel señor de la túnica
naranja. Tenía la sensación de que mi guía, que había permanecido allí todo el
tiempo también, estaba preparado para darme consuelo y confesarme que
aquello era todo un engañabobos. Lo leía en su rostro.
-
¿Y ahora qué? Este hombre me dirá algo, ¿no?- le pregunté.
Cuando
estaba a punto de confesar, oí la misma voz plañidera del avión. Me giré y vi a
una chica envuelta en un abrigo de piel tibetana, de esos que vendían en el
mercado. Igual que yo, estaba delante de un señor hincado de rodillas, como una
estatua de buda haciendo yoga. Y de la misma forma que el mío, el señor parecía
inmune al dolor que presenciaba.
Cap. 4: ¿Y si mi madre, después de todo, tenía razón?
- ¿Puedo ayudarte en algo?
Ella se giró sorprendida. Se levantó con cierta dificultad.
-¿Tú venías en el avión? - me preguntó.
- Sí..
- Yo venía con mi novio...- empezó a llorar de nuevo.
- ¿Le ha ocurrido algo?
- Bésame - me dijo, de improviso.
Acercó su rostro al mío hasta casi quedar sepultados ambos en los
gorros anti-congelación.
Una extraña.
Una extraña en el Tíbet, en lugar de en una discoteca.
La besé en la mejilla, algo pegajosa por las lágrimas derramadas.
En lugar de alejarse, me abrazó.
- ¿Te ocurre algo? - vaya pregunta. Noté la falta de práctica.
Ella se echó hacia atrás.
- Mi novio ha decidido hacerse budista. Y no podía haberse quedado
en Madrid, no. Él tenía que hacerse budista aquí, en el quinto... en el sitio
más alejado del mundo.. pero... ¿tú has visto cómo viven aquí?
La verdad es que no me había fijado demasiado. Heredé de mi padre
esa habilidad para vivir dentro de mí mismo. Ella continuó. No parecía
necesitar que yo interviniera. De hecho, pensé, comparándolo con estos témpanos
religiosos anaranjados, al menos en mí encuentra calor humano.
- Un día se hace vegetariano... que si el pan de espelta con pipas
de calabaza... que si el tofu... que si maltratamos a los animales... que si
somos superficiales... ¿Me entiendes? De pronto había dejado de ser yo, Sofía.
Ahora era la máxima representación de la depravación y el materialismo
decadente de occidente. ¡Ah - dijo cogiendo impulso- y no creas nada de eso del
sexo tántrico! ¡Una... una... horrible... una leche de sexo!. Yo se lo decía:
'Si no tomas proteínas de las buenas luego no pretendas que esto te
funcione'... snif.
Se sonó con un pañuelo y lo guardó en el bolsillo del abrigo, que
imaginé abarrotado.
- ¡Mírame! - se desató los botones del abrigo y abrió cada hoja
como si fuera una exhibicionista. ¿Me había dicho mi madre algo sobre las
exhibicionistas? - ¿Te parece justo dejarme por venirse a orar a una montaña?
La chica estaba realmente impresionante. Aunque dudaba de que ella
buscara una respuesta en realidad, hice un gesto de desaprobación lo más
ostensible que mis vestimentas me permitieron.
- ¿Qué hacemos aquí?
A estas alturas estaba ya bastante confundido, no sabía si se
refería a nosotros o al ser humano, en general.
- Buscar - le dije.
- ¿Buscar? - se quedó callada un momento, hasta el punto de
percatar en quien tenía realmente delante. - Sí. Es verdad. Él quiso que lo
acompañara.. ¿te imaginas? Es como si tu pareja te dice que lo acompañes a la
casa de su amante... Seguramente yo también busco algo... Entender por qué...
Igual si hablaba con un monje - se giró hacia el que permanecía detrás de ella-
podría comprender lo que le pasa por la cabeza... el motivo para abandonarlo
todo... ¿qué tiene que pasarte para abandonarlo todo? Yo era feliz y creí que
él también. Pero nunca sabes lo que pasa por la cabeza de alguien que habla tan
poco.
Mi padre hablaba poco. Yo también hablo poco. Incluso así me
cuesta encontrar las respuestas en mi interior.
- Pensarás que estoy loca...
- No, noooo, qué va..- me apresuré a decir - en realidad, me
parece que eres la primera persona cuerda que me habla en los últimos tres
días.
- ¿De veras? Lo estoy pasando muy mal. Me aferro a algo ya
perdido. Quería luchar hasta el final, pero... Siento que ya no me quiere.
Ahora es como si me apreciara, como se aprecia a un hermano.. a un hermano
adoptado, tampoco hay que exagerar. Es terrible.. pero, aquí me tienes... como
una tonta... manteniendo la ilusión hasta el último momento.
- ¿Y él? - le pregunté.
- Él está... disfrazándose... dice que ya no volverá a vestir sus
ropas decadentes... que ha encontrado su sitio. ¿Crees que soy muy egoísta?
- ¿De verdad te preocupa lo que yo pueda pensar de ti?
Por primera vez ella me miró para verme. La vi preguntándoselo a
sí misma. Quién era, al fin y al cabo aquel extraño. Me preguntó mi
nombre y luego qué hacía allí.
- La verdad es que no lo sé muy bien... desde hace unos años me he
empeñado en buscar algo que me permitiera sentirme feliz. Un día fui a
una agencia de viajes. Quería alejarme de mi malestar, aunque fuera en un vuelo
Low-Cost. Creí que me iba a sugerir que me fuera a Tailandia, a recibir
masajes, pero... me indicó otra dirección... y aquí me tienes.
- La felicidad... -repitió ella con tono apesadumbrado- yo la
tenía... Es inútil que la busques, créeme, cuando la encuentres
vendrá un grupo de calvos cantando el hare-krishna y se la llevará.
Hizo una pausa, miró a mi guía que había ocupado mi posición
delante del monje y no paraba de hablarle.
- ¿Crees en el destino? - dijo de pronto en otro tono.
- No. La verdad, es que no creo en nada, salvo en la felicidad. Es
una forma extraña de religión, pero al fin y al cabo, también se basa en la fé.
- Yo sí. ¿Sabes?, en el viaje de vuelta tengo un asiento libre al
lado.
Noté aquel familiar temblor de piernas, pero aún así me atreví a
decir.
- Tendré que replantearme lo del destino.
Mi madre no pudo prevenirme contra todo. ¿Tendría razón, al fin y
al cabo? ¿Se trataría tan sólo de responder, en lugar de preguntar? Ella
me entrenó para ser educado y los niños educados siempre dan los buenos días y
responden cuando te preguntan los demás. Los demás. Al fin, los demás.
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