Para comprender por qué Avelino corre a esa velocidad a esta
hora de la noche, una noche tan desapacible,
habría que remitirse a cuatro hitos fundamentales en su historia
personal: nacer en casa de los Revuelta, un enamoramiento no correspondido, la
afonía repentina durante la canción “Amigos” del grupo “Enanitos Verdes” en el
día de su graduación y el descubrimiento del padecimiento de paruresis.
Los Revuelta
Engracia estuvo buena parte de los nueve meses de embarazo
buscando un nombre singular para su primer vástago. Manuel, su marido, venía
cada semana con un nuevo texto repleto de sugerencias: desde la mitología
griega y romana, hasta la lista de reyes visigodos, pasando por la guía
telefónica de Islandia. Con el transcurrir de los meses, la búsqueda se fue
cerrando en torno a nombres españoles en vías de extinción y una vez
localizados los más cercanos a su desaparición,
realizaron un sorteo final entre ellos: Remigio, Eustaquio y Avelino,
siendo este último finalmente el afortunado.
Un enamoramiento no correspondido
Avelino se enamoró varias veces durante su etapa escolar,
concretamente cada vez que su mirada era correspondida por alguna chica. En el
patio del colegio escaneaba con avidez unos ojos sobre los que depositar
aquello que crecía en su interior noche tras noche. El traductor de miradas de
Avelino funcionaba de la siguiente manera: una mirada fortuita era un aviso,
una mirada sostenida una conversación romántica
y una que se repetía era claramente una invitación a acudir sin demora
al dispensador de condones.
Cuando Cari se le acercó a pedirle los apuntes y luego le
dio las gracias mientras le entregaba una sonrisa con música de mariposas
celestiales de esas que acompañan a Cupido en sus excursiones, a Avelino se le
deshizo el cuerpo como si acabara de
correr una maratón por el Sáhara.
Viendo cómo voló a contárselo a sus padres parecía que
llevaba una planilla de notas repleta de sobresalientes. Apenas les
hubo contado la buena nueva, los conservacionistas le organizaron una fiesta con globos, pinchitos de cerdo y
piña y tarta de galletas para que
invitara a la futura y a los suegros, y en esa fantasía estuvieron navegando
hasta el miércoles de esa misma semana, durante el recreo, cuando Cari le
devolvió otra sonrisa, esta vez sonora y acompañada de un zumbido de tábanos de
los pantanos, al ver la invitación que le ofrecía a ella y a sus padres aquel
chico con el polo recién estrenado. La carcajada se fue contagiando conforme su
ex propagaba el relato de los acontecimientos por todo el recinto amurallado.
Avelino tuvo su primera crisis opresiva y la sensación de que no habría
suficiente agua en la tierra para hidratar el desierto que acababa de formarse
en su garganta, ni árnica para anestesiar su corazón.
La afonía repentina
Lo que parecía no
llegar nunca, llegó al fin. Hubo un
último día para el suplicio de ver, escuchar o presentir a Cari. Un último
trance en el que su maestra de lengua le asignó a su voz aflautada una estrofa
de la canción del grupo “Enanitos Verdes” y una coreografía copiada de una escena de la
película “Mamma mía”, que consistía en realizar
un movimiento de aspas con los brazos, al mismo tiempo que se desplazada
a derecha e izquierda con sendos pasos laterales.
No importa nada más
que un amigo es una luz
brillando en la oscuridad
siempre serás mi amigo
no importa nada más
Cantar, coordinar y olvidar a Cari le provocaron a Avelino
en los ensayos un repiqueteo de dientes y rodillas que hicieron dudar a su
maestra sobre la conveniencia de exponerlo a tal experiencia. Puesta en contacto con los
padres, estos decidieron tomar cartas en el asunto y buscar en internet
remedios naturales para la conjunción de tareas a la que se debía enfrentar su
retoño.
Descartada la
homeopatía y la valeriana, los Revuelta optaron por una serie de
chupitos de vodka caramelizado servidos
en vasos de chocolate, que aunaba
el conocido efecto protector del chocolate sobre las cuerdas vocales con el poder sedativo del vodka. El día de
autos, a los dos chupitos de los ensayos, los padres decidieron añadirle otros
dos para afianzar el poder terapéutico de la combinación
En el escenario, Avelino se cimbreaba como en los días previos a la administración
medicinal, pero él se sentía confiado y
desenvuelto, hasta el punto de aventurarse a añadir algunos pasos extras a la
sucinta coreografía de la señora Peláez.
Para su desgracia, transcurrido el efecto inicial, los enanitos etílicos
comenzaron a estirar las cuerdas vocales hasta convertir su voz en un pitido
inaudible y su actuación en lo único que quedaría para la posteridad en la
retina y en los pasillos del colegio de aquella fiesta de graduación.
Paruresis
Años más tarde encontramos a Avelino por fin en una
discoteca. Ha aceptado la invitación de su único amigo con la condición de que
no lo obligara a moverse de la barra. Apoyado en la misma, Avelino observa a su
amigo saltar en la pista de baile y pasea su mirada por toda la discoteca para
confirmar que todos están viendo lo mismo que él: el espantoso ridículo que
está haciendo. Para su sorpresa nadie parece pendiente de los saltos de cabra
alpina de su amigo y, animado, empieza
un debate interno sobre el valor y la vergüenza, un combate desigual al que no parece ayudarle la Coca Cola sin
cafeína. Decide arriesgarse pidiendo otra,
pero esta vez auténtica, con todos los ingredientes estimulantes y una
rodaja de limón y se la bebe casi de un trago, con los ojos cerrados, como si
fuera una ración de espinacas para Popeye, y va notando el burbujeo y el empuje
del valor arrinconando a la vergüenza, y repite con una tercera, hasta que un
repentino aviso de la vejiga le indica que tiene que hacer una pausa en el
proceso. Se dirige decidido a los urinarios, en los que se encuentra con otras
tantas urgencias y una fila de tazas pegadas en la pared sobre la que
despreocupadamente todos van soltando sus secreciones sin asomo de pudor.
Avelino siente una terrible presión doble: en el pecho y en la uretra y no le
queda más remedio que salir huyendo a toda prisa, haciendo un recorrido mental
del camino más corto hacia su casa y calculando cuanto tiempo le daría de
margen la estenosis uretral antes de regar sus pantalones de pitillo.
Y aquí está, corriendo como alma que lleva el diablo, desencajado, prometiéndole a Dios que no
volverá a masturbarse en un año si le permite llegar seco al cuarto de baño de
su casa, un día antes de que
encuentre en internet que padece una
cosa llamada vejiga tímida, o lo que es lo mismo, que a estas alturas de su
vida, ya no sólo se ha convertido en una persona ensimismada y retraída, sino que incluso sus propios
órganos están empezando a padecer de forma autónoma tal desgracia.
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