lunes, 15 de junio de 2015

Pollo al horno


Resultado de imagen de pollo al horno



Querida Andrea, no pretendo que me perdones por lo que ocurrió el domingo durante la cena. Ya sabes que odio los domingos y el pollo al horno. Cenar pollo al horno el domingo deberías considerarlo, pues,  un eximente. Sin embargo, entiendo que sigas dolida y que no te valgan de nada mis excusas. Hace tiempo que nuestra relación sufría un… no sé… llamémoslo estancamiento. Hacíamos las cosas por rutina y cuando le preguntábamos a nuestros amigos resulta que ellos también hacían las cosas de forma rutinaria y entonces todo empezó a parecerme domingo y todo me sabía a pollo al horno y es en esas circunstancias de desamparo intelectual en las que acudí a ver a la coach. Sí, soy más de pelota vasca que de tenis de mesa y  siempre he pensado que donde se ponga el Trankimazin no tienen sitio ninguna de esas mariconadas modernas, pero te recuerdo que fuiste tú la que insistió en que buscara ayuda.

Querida Andrea, amor, ahora lo sé.  Lástima haber tardado tanto en saberlo. Mi coach dice que tengo que ser yo mismo y tú dices que soy un adolescente tardío  y que llego tarde a todo, como llegué tarde a los Beatles y al Gin Tonic, pero que cuando llego ya no me quiero ir del sitio, y entonces, al final,  todo lo que fue salmón a la mostaza se convierte en pollo, en domingo,  y empiezo a protestar y me vuelvo insoportable y tú me animas hasta que también te cansas de consolarme y me mandas a la coach como quien manda a freír espárragos y yo tengo que aferrarme a algo porque hasta el Trankimazin me parece ya de corral… y voy a verla y ella me dice que sea yo mismo, que busque mi camino, y me cuenta cuentos de ranas y de elefantes y me pide que convierta el pollo al horno en un reto. Y lo consigo. Empiezo a comer pollo al horno de lunes a sábado. No noto nada positivo, más bien me parece una mierda de estrategia, pero tú insistes y la coach me indica que estoy en el buen camino y entonces lo comprendo: la rutina era eso. Sí. La rutina no era el misionero de los sábados, tender, planchar  y atender la demanda insaciable de los niños. La rutina era pollo al horno: algo seco que hace sólo puedes soportar si lo comparas con una patada en las amígdalas meridionales. Sentados en su sofá de piel, le cuento mi descubrimiento. Mi coach me abraza emocionada y yo le devuelvo el abrazo y luego vuelve a abrazarme y yo vuelvo a abrazarla también,  y entonces me pregunta qué me parece y yo le dijo que me parece salmón a la mostaza. 

Te lo conté, cariño y tú también te emocionaste y me diste un abrazo y yo te lo devolví. Y desde ese día empezamos a utilizar mucho más el salmón y  la mostaza, incluso los sábados por la noche te untabas con mostaza antigua que tenía un agradable efecto peeling y durante un tiempo pensamos que habíamos resuelto el problema, pero poco a poco al salmón también le salieron plumas y entonces perdí definitivamente la fe. Si todo es susceptible de convertirse en pollo, ¿cuál es el sentido de mi vida? Y tú te volviste loca y empezaste a gritarme como nunca y llamaste a tu coach y ella te dio  unos consejos y te calmaste y te dijo que fueras tú misma, que buscaras tu camino y entonces decidiste preparar aquella cena de domingo con velas y fue ahí donde perdí el control y le metí la vela por el culo al pollo y lo estampé contra las cortinas recién lavadas y te dije que ya no soportaba nada, ni a ti, ni a mí, ni al sinsentido de todo aquello y me marché y no volví.  

Y ahora estoy aquí, cariño, en algún sitio, lejos ya, buscando sin saber qué y sólo me gustaría que, al menos, me pudieras perdonar, para poder buscar sin el peso de la culpa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario